domingo, 3 de octubre de 2010

TALLER DE NARRATIVA IMAGO MUNDI / INSCRIPCIONES ABIERTAS


“EL ARTE DE NARRAR”

Dictado por la escritora y poeta Mharía Vázquez Benarroch.


Taller de narrativa, un taller de escritura, donde por medio de ejercicios se analizan las herramientas necesarias para afrontar la escritura del cuento, el relato y la novela.

La idea es que el taller sirva de base para la concepción de un libro de narrativa.

Se trabajará la Morfología del Cuento; la estructuración de los personajes y la anécdota; cuando una historia da para un cuento, o para una novela; voces narrativas y estilos; estructuras y tipos de finales; el cuento vs la novela; se hará una lectura actualizada de los autores fundacionales de la narrativa venezolana, latinoamericana y mundial (Meneses, Adriano González León, Pedro E. Coll, Federico Vegas, Onetti, Borges, Cortázar, García Márquez, Manuel Rivas, Antonio Muñoz Molina, Piglia, W.Faulkner, Raymond Carver, etc).

Se trabajará sobre los textos de los integrantes del taller escritos en base a ejercicios narrativos.


La duración del taller es de 3 meses.

Comienza el Jueves 28 de Octubre y termina el 17 de Febrero de 2011.

Jueves de 3:00 a 6:00 pm

Se descansa en el mes de Diciembre.


Las personas interesadas pueden llamar al 961.48.46, para inscribirse y mayor información.

viernes, 24 de septiembre de 2010

PLENILUNIO / MHARÍA VÁZQUEZ BENARROCH


Dedicado al Comisario Ramón Rivero Blanco.

“La muerte es dulce, pero su antesala cruel”

CJC.

La mano del comisario tembló levemente, como un presentimiento.

El rostro pálido bajo la sábana levantada parecía contemplarlo, y cerró los ojos para evocar esa carne elástica, dulce y colérica que no había llegado a ser amor, sino tan sólo algo de tiempo y algunas sorpresas.

Se detuvo en la palabra amor con aire reflexivo. Un recipiente hueco, difícil de llenar…y los ojos de tibio cadáver se abrieron inesperados, como quien regresa sorprendido del sueño de la muerte, mirándolo como esa muchacha de ojos inmensamente abiertos bajo la lluvia, que una noche le habló de sus tías muertas en Auschwitz, del libro de rezos encontrado en un anticuario de Holanda, de los escuadrones de la muerte y de que nunca enseñaría a sus hijos a desconfiar de Dios. Pudo volver a leerlo todo en esos ojos de ópalo furioso que una vez lo miraron burlones y violadores…y un aroma de musgo selvático lo envolvió, recordándole el sexo joven, rosado por la excitación y el orgasmo, que había tenido en sus manos apenas una hora antes.

Al conocerla, fue torpe, procaz. En contra de su costumbre de halcón de gestos precisos y exactos, no la midió. La deseó con brutalidad y desde el primer momento perdió la calma. Ya no era el hombre calculador y preciso que hacía temblar a los ejecutores, que lo miraban ir y venir con gestos nerviosos, a él que tanta sangre había acumulado sobre su inmaculado pañuelo en los interrogatorios que lo llevaron rápidamente al puesto de Comisario General.

Era cruel, de una crueldad refinada, barnizada por la cultura bebida como por ósmosis en cada una de las mujeres que habían sido sus amantes. Torturaba en los interrogatorios rápido y eficaz, hasta quebrar a los detenidos, sin regodeos y a veces hasta con asco.

En la Casa Grande, todos sabían cuándo interrogaba, porque los gritos de los detenidos se ahogaban bajo el enorme maremagnum del Réquiem de Mozart, inundando las celdas como un aluvión, asfixiando en su propia respiración a quienes tenían la desgracia de pertenecerle hasta la muerte, y aún más allá.

Escogía a sus guardaespaldas como quien selecciona una fruta madura, y a sus mujeres, sus amantes de paso, siempre altas, de pezones duros y pechos generosos, por su capacidad de hacer el amor ininterrumpidamente durante horas y horas…Por eso, a ella, tan distinta, la amó desde un principio. Por esa sensualidad escondida, esa sabiduría salvaje de su cuerpo, para hacer el amor tan, pero tan lentamente…y la mano del comisario volvió a temblar al recordar el encuentro del deseo, el primero y más hondo de todos los encuentros. Sus cuerpos en reposo, envueltos en la oscuridad, mientras en la autopista los coches pasaban sin cesar. Sus cuerpos siameses en la brutalidad de la penetración, muslos y manos cruzándose en un torbellino de almohadas, sábanas y carne confusa. Su túnel delicado e implacable, guiándolo en la oscuridad hasta su centro. Su lengua resbalando, alargándose en el fondo de la boca, húmeda y caliente. Fragmentos de tiempo, aroma de té, deseo, caracol en el caracol, entrando en su pelo, en su rostro de niña renacentista, hundiéndose alegremente en esa lenta humedad que se entreabría contra la piel, en la más oscura de las apuestas del placer. Su sexo resbalando cálido y viviente sobre la mano, lamiéndose el uno al otro como delfines bajo el agua, mojando las sábanas con la urgencia del deseo, en el límite del amor, al borde del cansancio, con esa tristeza y sus cabezas de hydra, espantando al sueño luego de haber llegado al cansancio…

El Comisario despertó.

Con la luz atravesándole los ojos sin piedad. Con el cerebro sediento y un inmenso latido sobre su cabeza. Con el olor de Malena gravitando sobre su cuerpo y el arrobamiento de contemplarla muda e inocente en medio del sueño. Durmiendo con la paz de una conciencia sin apuntes y sin violencias, mientras él levantaba su mano para colocarla delicadamente sobre el cuerpo de ella, atenta y sin movimiento. Malena, bella durmiente sin compromiso, conociéndole más que nadie, conociendo su caminar agitado de ladrón de almas, el mismo caminar que sus “muchachos de la Casa Grande” detestaban al ser sus guardaespaldas, porque siempre los forzaba al máximo, como ahora que entraba al Gran Hotel, a paso rápido y desacompasado.

La lluvia había parado y en medio del agobio de Junio, todavía estaba sentado allí unas horas después. Bajo el techo magnífico de espejos modernistas, aturdido por la comida del banquete, la bebida y las alabanzas más que hipócritas. Entre sus dedos, esos dedos de piedra pómez y manicura costosa, se movía un anillo, el anillo que le había regalado Malena en Roma. Sumido en el sueño de la tarde caliente y agobiante, fracasaba en su intento de registrar muchas de las palabras del Jefe Mayor. A lo largo de la gran mesa y a uno y otro lado, se encontraban veintitantos jóvenes detectives, suspendidos del techo por el humo de los cigarrillos y el fastidio del acto protocolar. El Comisario le devolvió la mirada a uno de ellos al azar, y vio en sus ojos el respeto de siempre. En sus ojos, como en los de todos los que lo conocían y padecían, siempre había para él la cumbre de la envidia y el respeto cauteloso, aleteante de miedo.

Se llevó el whisky de 12 años a los labios y sintió un temor crudo. Se le apareció de nuevo la adolescencia, su violencia demorada, la entrada a los estudios de policía, la paranoia intermitente que le permitía estar allí sentado oyendo los ruidos de su cuerpo, detestándose una vez más a sí mismo, mezquino, miserable, cruel, torpe y capaz de dañar a cuantos le amaran, con su saña característica, con resentimiento, con la frialdad que lo acusaba y lo castigaba separándolo siempre de lo que más quería…y una vez más, como en secuencia vertiginosa, recordó excitado hasta la médula a Susana, penetrada hacía más de un año en su desahuciado cerebro, y a la otra arpía, seductora y cimbreante, vendiéndole por treinta monedas las mentiras y las medias verdades que lo perseguirían algún día ante el posible chantaje de sus enemigos, mientras él las traspasaba, intoxicadas por la congestión de todos los orificios, saturadas de sexo y cocaína, la meretriz y la arpía menor haciéndose el amor, lengua sobre lengua, mientras él las veía sereno y lúbrico, mientras él mentía y desgarraba.

Piensa una vez más en la maldita moneda de cambio que es el sexo, y se alegra de haber cobrado su deuda al máximo. Ellas, como muchos otros, no conocían como él, el precio que se paga por estar a su lado. Ellas como muchos otros, carecían de moral y de memoria y estaban destinadas al vertedero, una vez que él terminara de utilizarlas.

Se revuelve inquieto el Comisario. Ya no puede aguantar más los ruidos de su cuerpo, que parece estallar por la indigestión del banquete, mientras oye sólo fragmentos de un discurso ilustrativo y patriotero, que le reafirma en su asco por los políticos…” Y es por todo esto que constituye un honor y un placer para mí, entregar a nuestro más joven Comisario General, esta placa de reconocimiento…”

Recogió la placa, estrechó manos, sonrió con su expresión deliberadamente tonta de compromiso asumido, la que utilizaba para las secretarias del presidente del Estado, para los negociantes y los ricos sin remedio, y se sentó de nuevo. Alguien propuso que hablara, y se puso pesadamente de pie, dándose cuenta de que no estaba seguro de cómo seguir el protocolo. Conteniendo los nervios y el fastidio comenzó con un corto “Gracias”, y hubo un notorio relajamiento de hombros y traseros. Todos supieron que iba a ser breve y mordaz como cuando daba clases en la Academia de Policía…se vería arrollado por su propio impulso, hasta llegar al final del discurso en un solo empujón.

Luego hubo brindis diversos, y se sorprendió a si mismo joven y solitariamente feo, recibiendo el aliento apestoso a cebolla del Comisario Iglesias, ese que con cierta frecuencia lo acompañaba en los interrogatorios, un hombre demasiado bajito, con bigotes de escarabajo y ojos sorprendentemente azules, que se había hecho famoso por amargarle la vida a los de la inteligencia del DAS colombiano.

Envuelto en un maremagnum de necedades propias de los actos políticos ya tradicionales del nuevo estilo de gobierno, quería salir y no lograba llegar hasta la puerta…ella lo esperaba serena y complaciente, y él seguía tratando de llegar a la puerta, fría y desesperadamente.

Finalmente, con un último y pegajoso gracias, pudo llegar hasta el coche, sin placa meritoria y sin admiradores. Un viaje inútil hasta eso que llamaba su casa, mientras Molina su chofer, manejaba como cochero del Diablo, saltando a la autopista desde el trampolín del acelerador, en una suerte de apoteosis del vértigo, dejando atrás la ciudad y su tráfago, mientras el pensaba en el cuello ardiente de Malena, en el sexo rubio de Malena, caminando segura sobre sus altos tacones, con su aroma siempre fresco de flores bucólicas y sus dedos llenos de joyas caras. Malena, en New York y en Paris, rodeada siempre de feos y de ricos, de luz flotante sobre la seda trigo de su pelo, con su blanca piel de vino de Burdeos.

El Comisario contempló el paisaje barroco de la clase media desfilando junto a la ventanilla del coche y se llevó la mano a la ingle, para detener la erección que el recuerdo de Malena le provocaba. Sintió su risa tintineante como un espejismo y volvió la cara rápidamente para confirmar si ella realmente estaba a su lado, despertando como desconcertado del ensueño de la semivela dentro del tráfico.

En el ascensor, se vio alto y grueso desde el espejo, como dispuesto a hablarse de esa mujer que lo esperaba silenciosa. Se vio a sí mismo, otro maldito imbécil empalado en la rutina, contemplándose al espejo, principesco y desde ya envejecido, con los ojos húmedos de deseo, tras los lentes oscuros. Sonrió masticando suavemente su tristeza de animal acorralado y sacó las llaves con un gesto lento y cansado.

Desapareció por el pasillo del apartamento, con ligereza de amante, como quien hace equilibrios sobre la cuerda floja. Lanzó un suspiro ante la puerta del estudio y se volvió instintivamente para ver si alguien lo seguía, sin poder vencer la fuerza de su acostumbrada paranoia. Retrasó su entrada. Su alma perversamente independiente había rechazado las mieles del éxito y ahora pedía su precio, lejos del mundo aturdido y embobado de la política.

-Nunca, nunca más- se dijo a sí mismo, tratando de no dejarse atrapar por las frentes simiescas, los dedos prensiles y los labios retorcidos de aquella muchedumbre halagándole que había dejado en el Gran Hotel.

El humo de sus gestos, la rapidez con que van muriendo sus cejas, el conocimiento antiguo de su torva mirada, todo eso lo convierte en el ángel de la muerte… Abrumado por la certeza del aburrimiento, ensaya un exorcismo. Su mirada se cuelga del techo y se dispone a huir, mientras escucha pasos y murmullos en el piso de arriba. Un hombre rendido a la ilusión del poder, que se apura cuando debe ser paciente y es paciente cuando debe apurarse. Para sobrevivir debe comprender que podrían venderlo por treinta monedas y que el poder que ha conquistado no será nunca verdaderamente suyo. El ángel de la muerte es un hombre y está muerto por dentro, ya nada tiene que perder, es su noche del alma. Ya lo peor pasó. Lo ha presenciado todo y viene dispuesto a la muerte. Aún conserva el miedo que hace que su mano tiemble levemente de deseo.

El ángel de la muerte toca la única melodía que conoce…levanta la sábana benevolente, tenso. La había conocido y amado con violencia. Le había dado su magra ración de amor y por eso le habló suavemente al oído…¨ No hay ternura ni dioses, no existe nada humano en lo que nos rodea. Sólo algunos venenos para el alma y mucho, mucho placer. Un dulce abrazo aunque breve, estaremos juntos para siempre querida”…

Y entonces, porque las condiciones del pájaro solitario son cinco: la primera que va a lo más alto; la segunda, que no sufre compañía alguna aunque sea de su naturaleza; la tercera, que pone el pico al aire; la cuarta, que no tiene determinado color; la quinta, que canta suavemente…Y entonces, el Comisario, tomó el escalpelo, con cuidado, para destazar delicadamente la piel de su amante, jirón a jirón, rodeando exquisitamente cada músculo para no desperdiciar ni gota de sangre, tal como lo hacía sabiamente una vez al año, todos los años en una noche de plenilunio...la luna de los demonios, de los vampiros, de los asesinos, plenilunio de los solitarios que se alimentan de sangre.

Un crimen ritual, para cada una de sus amantes en una noche intensa de plenilunio… Aquí y ahora. Un crimen que lo limpia de todas las culpas y pecados. Que lo limpia de lo que Malena, cuando vivía, antes de convertirse en esta piltrafa de carne destrozada, princesa bañada en linfa y hiel desesperante, de lo que Malena, cuando luchaba contra la vieja Salamandra de la muerte, y él la enredó entre sus brazos, sedándola suavemente… Lo que Malena, tonta, inocente, propicia, no dudaba en llama la Soledad del Comisario.

jueves, 5 de agosto de 2010

TALLER DE POESÍA IMAGO MUNDI / Inscripciones Abiertas

Taller de poesía IMAGO MUNDI 2010

de Mharía Vázquez Benarroch.

La duración es de tres meses, a partir del 1 de Septiembre de este año.

Las reuniones se harán los miércoles de 3 a 6 pm.

No es un taller de lectura de poesía, es un taller de escritura, donde por medio de ejercicios se analizan las herramientas necesarias para afrontar la escritura de la poesía, ya sea en prosa o en verso. La idea es que el taller sirva de base para la escritura de un libro de poemas, que será producto final del taller.

Abarca más de 30 autores fundamentales venezolanos (Montejo, Crespo, Cadenas, María Calcaño, Hanni Ossott, Ramos Sucre, Enriqueta Arvelo, Patricia Guzmán, Armando Rojas Guardia, etc) y más de 10 autores internacionales fundamentales. Es un taller de ejercicios, no sólo de lectura, y es para un nivel básico.

De los integrantes del Taller, en 2008 han ganado premios de poesía: Leonardo González, Beatriz Calcaño, María Dayana Fraile . En 2009: Linsabel Noguera y Acuarela Martínez. En 2010: Carlos Suñer.

Quienes estén interesados llamar al 961.4846, para que reciban la información detallada de autores y metodología, costos y lugar de reunión.

domingo, 31 de enero de 2010

IN MEMORIAM TOMÁS ELOY MARTÍNEZ.



ESTA MADRUGADA HA MUERTO MI GRAN AMIGO Y MAESTRO TOMÁS ELOY MARTÍNEZ.
IMPOSIBLE HABLAR DE ÉL, EN MOMENTOS EN QUE EL CORAZÓN ES UN NAUFRAGIO, Y COMO DIRÍA MIGUEL HERNÁNDEZ, "TANTO DOLOR SE AGRUPA EN MI COSTADO, QUE POR DOLER ME DUELE HASTA EL ALIENTO".
Mh
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EL UNIVERSAL

CIUDAD DE MÉXICO DOMINGO 31 DE ENERO DE 2010

Tomás Eloy Martínez, periodista y escritor, nació en la ciudad de Tucumán, Argentina, en 1934.

Se graduó como licenciado en Literatura Española y Latinoamericana en la Universidad de Tucumán. En 1970 obtuvo la Maestría de Literatura de la Universidad de París.


Desde 1984 hasta 1987 fue profesor visitante de la Universidad de Maryland.

Impartió seminarios y conferencia en las universidades de Londres, Yale, Princeton, Harvard, New York, Boston, Washington, Seattle, la Universidad de Pensylvania, Columbia entre otras.

Entre 1975 y 1983, durante la dictadura militar argentina, vivió exiliado en Caracas, Venezuela, ahí trabajó como periodista en el diario La Nación, semanario Primera Plana, editorial Abril, semanarioPanorama y diario La Opinión.

Ya en Caracas fue editor de un suplemento de literatura del diario El Nacional, fundando después elDiario de Caracas en 1979, del que fue jefe de redacción.

En 1991 participó en la creación del diario Siglo 21 de Guadalajara, México, que salió durante siete años, hasta diciembre de 1998.

Su primer libro fue un ensayo sobre cine "Estructuras del cine argentino" en 1961.

Le siguieron: la novela Sagrado (1969); el relato La pasión según Trelew (1974), los ensayos Los testigos de afuera (1978), y Retrato del artista enmascarado (1982); la colección de relatos Lugar común la muerte (1979); las novelas La novela de Perón (1985), La mano del amo (1991) y Santa Evita en 1995, la novela argentina más traducida de todos los tiempos y considerada por muchos como su obra maestra.

En 2002 ganó el codiciado Premio Internacional Alfaguara de Novela por su novela El vuelo de la reina.

Es también autor de diez guiones para cine, tres de ellos en colaboración con el novelista paraguayo Augusto Roa Bastos, y de varios ensayos incluidos en volúmenes colectivos.

El Purgatorio (2008), su última novela, cuenta la historia de una pareja separada por el terrorismo de Estado en 1976 que vuelve a encontrarse 30 años después, relato con el que intentó recuperar los años que vivió lejos de un país que nunca dejó de obsesionarlo.

En ese mismo años se le entregó el Premio Cóndor de Plata a la trayectoria que entrega la Asociación de Cronistas Cinematográficos de Argentina, la distinción en su tipo más importante del país.

El premio fue por su trayectoria dentro del periodismo y la crítica cinematográfica.

En 2009 resultó premiado con el Ortega y Gasset de Periodismo a la trayectoria profesional.

Tomás Eloy Martínez es uno de los periodistas y escritores argentinos más relevantes de finales del siglo XX y principios del XXI.

A partir de 1996 y hasta su muerte, fue columnista de La Nación. Sus artículos también se publicaron en The New York Times y en El País.

martes, 26 de enero de 2010

IN MEMORIAM JULIO CÉSAR MÁRMOL



JULIO CÉSAR MÁRMOL: “O MIO CARO”

Siete de la mañana, un día cualquiera de la semana. Al entrar en la casa, un aroma de café arrasándolo todo, fundando el mundo de nuevo. Todos duermen aún, sólo los pasos precisos del Jefe se mueven por la casa que amanece. En la cocina, fascinado por el dulce canto enamorado de sus canarios, Julio César Mármol se muestra pensativo. “ Buenos días, padre”, le saludo cariñosamente, ya hace un año que trabajo junto a él, tejiendo en filigrana diálogos de telenovela, “Dios te bendiga mija…te sirvo café, porque hoy es un día duro, tenemos que matar al mayor de los Zambrano”, suelta jocoso. Su canario favorito suelta a cantar aun más alto, y me interroga Mármol. “¿Sabes por qué canta tan bello?, niego, entonces me responde con uno de sus suspiros tristes tan característicos, “Canta por amor, por soledad, por intemperie, canta por el amor que no tiene, ese amor que sabe imposible…como nosotros, que en cada historia cantamos al amor que no existe, y como escritores lo único que nos queda es cantarlo bellamente”. Confieso con vergüenza que corrí a anotar el diálogo, como muchas de las cosas que él nos decía en el día a día de la escritura.

Cada mañana sin pausa, bajo la melodía de cualquiera de sus óperas favoritas, casi siempre Puccini, o si su humor amanecía contento oyendo tangos o rancheras, escribíamos las peripecias de Corazón Salvaje, la protagonista de PURA SANGRE. Bajo el duro tabletear de las máquinas de escribir, se oía a Mármol consultando con Manuel González, su cómplice en el crimen, si para el capítulo siguiente estaría bien acelerar la trama, o si con los numeritos del rating podían solazarse con una escena de amor, para hacer que se enamoraran todas las mujeres del país, y de repente nos espetaba, muerto de risa: “Esclavos, muévanse, que están lentos…a ver, qué aria es esta y quién la canta?”, y nos daba de ipsofacto una clase magistral de ópera y de historia, hundiéndonos con su vastísima cultura.

Hoy, cuando ya lo hemos perdido y lo lloramos, quiero recordarlo así, como lo ví durante varias telenovelas, día tras día, trabajando con él y sus hijos, a quienes enseñaba pacientemente el difícil oficio de la telenovela…oyendo a Turandot y cantando las arias del Tenor, como cuando cantaba con Alfredo Sadel, y su futuro no era una telenovela si no ser un gran tenor de ópera; citando a Shakespeare, de memoria, para ilustrarme la intensidad que debería tener una escena; jurando a dios como Neptuno urgente, cuando algo le hacía enfurecer y su naturaleza de Tauro salía a cornearnos a cualquiera de nosotros, tunantes ignorantes; dulce miel y pacífica ternura al acercarse alguno de sus nietos, que hacían que sus ojos azules brillaran como joyas…humano quiero recordarlo, con los gestos cotidianos de fumar, de mandar a comprar sus colecciones al kiosco, de luchar contra la Diabetes para ganarle la partida todo el tiempo, escribiendo pudoroso los poemas que llevaba por dentro y que en veinte años no se había atrevido a esbozar, por miedo a la cursilería que tanto detestaba.

Citar su valía como escritor de grandes telenovelas, su amistad inmensa con José Ignacio Cabrujas, o su profunda vocación democrática, es redundar, eso se lo dejo a los otros, a los críticos, a los historiadores. Yo me quedo con la tierna mirada del oficiante de la escritura, con su cariño agreste y desenfadado, con esos ojos alegres e inmensamente azules, te decía al ver una escena bien escrita: “O mia cara, esta noche cantan los ángeles”.

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Julio César Mármol, es uno de los grandes nombres de la telenovela latinoamericana. En la madrugada de hoy. con 67 años recién cumplidos, nos ha dejado. Estas palabras son mi despedida, al hombre que más que un jefe fue un padre y un maestro para mí.

Mh. Vázquez Benarroch

viernes, 15 de enero de 2010

SABEMOS QUE NO SOMOS NADIE / ENTREVISTA A LA POETA VENEZOLANA MARGARA RUSSOTTO





Sabemos que no somos nadie

Entrevista a Márgara Russotto

Roland Forgues


Con Yolanda Pantin, Verónica Jaffé, y algunas más, Márgara Russotto es ciertamente una de las voces más importantes de la poesía venezolana actual. Nacida en Palermo, Italia en 1946, muy pronto, a comienzos de la década del 50, emigra con su familia a Venezuela. Allí cursa sus estudios secundarios y superiores antes de ejercer la función de profesora universitaria, investigadora y crítica literaria en distintos lugares del país, y también del extranjero, como profesora visitante. Su pasión por la creación literaria la lleva a publicar varios libros de poesía: Restos de viaje (1979)1, Brasa (1979)2, Viola d'Amore (1986)3, Épica mínima (1996)4, ganador de la Bienal José Antonio Ramo Sucre, hasta El diario íntimo de Sor Juana (poemas apócrifos) (2002)5, pasando por un largo poema, «La gran precipitación», escrito en Caracas en el 2001 y publicado en la revista cubana Casa de las Américas.

Aprovechando la tradición de la poesía venezolana sólidamente establecida por Enriqueta Árvelo Larriva (1886-1961) y María Calcaño (1905-1956), Márgara Russotto logra en su poesía entablar un diálogo fecundo entre tradición y modernidad, viniendo a constituir sus versos una lírica donde se combinan armoniosamente la poesía clásica española, la poesía contemporánea italiana, y las formas líricas espontáneas de América.

Todo ello para resaltar la continuidad de la Historia, y más precisamente la historia de la Mujer, promover el diálogo entre los géneros y propiciar la igualdad de los sexos que es probablemente una de las preocupaciones clave de la búsqueda poética y crítica de la escritora y ensayista venezolana.


Roland Forgues: Además de poeta, eres también profesora universitaria y crítica literaria. En varios artículos y ensayos, como Tópicos de retórica femenina, por ejemplo, has reflexionado sobre la crítica de género, y en especial sobre los conceptos de estética y de escritura femeninas. Por ello para empezar me gustaría que me sintetizaras tu acercamiento a dichos conceptos.

Márgara Russotto: Hay diferentes modos de entender esos conceptos. El de «estética» en particular, tiene una larga historia que comienza en la filosofía y protagoniza diferentes controversias a través del tiempo. En sentido estricto, son categorías que intentan definir un tipo de producción artística, tomando en consideración el género del sujeto productor. Algo que no solía interesar a la crítica oficial, hace cincuenta años. Digo género y no sexo, por cuanto se trata de categorías culturales: —de cómo es vivida la condición sexual en determinadas culturas; y, en este caso, la de la mujer. Y digo crítica oficial, porque, en cambio, las mujeres —artistas, intelectuales y estudiosas de todas las épocas— siempre han tenido conciencia de esa importante noción y de su instrumentación crítica para el estudio de la cultura y la sociedad. Pienso que, como todo concepto teórico, es siempre más amplio que cualquier performance concreta, y a la vez siempre más corto (insuficiente, diría yo) para explicarla sin caer en cierto reduccionismo. Pero hoy sería inconcebible un estudio sobre cualquier aspecto de la realidad, no solamente literario o artístico, que no tomara en cuenta la profundidad histórica de la problemática femenina; del pensamiento femenino, de la educación y cultura femeninas, de sus distintos modos de participación política, de sus aportes teóricos, estéticos, literarios. Tanto es así, que en las universidades de avanzada —y en muchas otras que no lo son también— existen cursos y seminarios sobre esas «disciplinas» que nos ayudan a leer el mundo de otra manera, a entenderlo de forma más democrática y compleja. Sigue siendo urgente difundir y profundizar ese conocimiento que nuestras abuelas susurraban a escondidas.

¿En qué medida piensas que el concepto de género es una herramienta operatoria productiva para la aproximación a la creación literaria de mujeres en América latina?

La cuestión del género es una constante obsesiva en nuestra contemporaneidad. Tanto los escritores como los críticos tienen conciencia de que lo femenino o lo masculino, ser hombre o ser mujer, determina el punto de vista de cualquier texto y de cualquier proceso de significación. El género se problematiza constantemente en las relaciones sociales y familiares, en la organización misma de las instituciones, y en la intimidad de nuestra vida personal. Convertirlo en herramienta operatoria productiva, como bien dices, significa exponer sus mecanismos de racionalización, de ataque y defensa (se ha hablado de «guerra de los sexos», ¿no es cierto?), de poder y subversión. Significa historiar el modo como esos mecanismos influyen en la creación literaria de las mujeres, tanto en América Latina como en otras regiones.

En tu caso personal, ¿cómo insertarías tu poesía en esta problemática de género ? Y , ¿cómo la situarías más específicamente en el marco de la poesía venezolana escrita por mujeres?

La problemática de género es un aspecto importante en mi poesía, pero no es el único, y pienso que ha sido erróneamente sobrevalorado. Es cierto que todo lo que está allí tiene voz de mujer, y que se quiere dar testimonio de esa voz, como no podía ser de otro modo. Pero ello se hace en medio de una perplejidad constante, y también una celebración, y un desparpajo, y una feroz ironía ante cada dimensión de la vida. Descubriendo y descubriéndose. Como todos sabemos, no se «nace» mujer, sino que se «hace». Yo creo que, en mi caso, ese «hacer» se va construyendo, a pulso, en cada verso, explorando innumerables situaciones de la realidad. Sin embargo, tal como lo entiendo, a esa problemática nada le es ajeno. De modo que esa voz recoge muchas otras voces, y puede metamorfosearse en enunciación masculina (como ocurre en muchos poemas de amor deViola d’amore); en diálogo de culturas que se extrañan, se traducen y rectifican mutuamente sin llegar a ninguna verdad (como en Épica mínima); en arqueologías del imaginario ascético como gesto de resistencia (como en El diario íntimo de Sor Juana). La problemática de género es entonces un punto de partida (la circunstancia esencial, podríamos decir) pero no de llegada. Porque la llegada es múltiple, desde la conciencia ecológica a los límites del lenguaje, para nombrar algunos solamente. Todo eso está íntimamente fundido. Igual que la poesía femenina venezolana, cuya afinidad tiene distintos ecos. Fui «educada» por La gruta venidera de Elizabeth Schon, por los salmos eróticos de Ana Enriqueta Terán y las visiones de Ida Gramcko. Hay una corriente de comunicación entre nosotras, una curiosidad afectuosa que nos alimenta mutuamente.

En uno de los últimos poemas de Épica mínima escribes. «Debes resignarte a esperar: / No he decidido aún / entre / la felicidad errática / de los animales en libertad / o la conciencia infeliz / de los hombres» ¿Quiere decir esto que todavía estás dudando frente al camino de la reivindicación de género que todavía te estás preguntando sobre las vías del feminismo? ¿Cómo te sitúas con respecto a las distintas tendencias del feminismo en general y cómo valoras las formas de expresión del feminismo latinoamericano?

En ese poema, más que una pregunta por la reivindicaciones de género, me parece que hay una reflexión sobre el abismo entre naturaleza y cultura. Como se indica en el título, es una pregunta que surge en medio de la naturaleza, recogiendo hongos y frutos silvestres en medio del bosque. Su origen fue justamente una reflexión de mi hijo, siendo niño, mostrando las primeras preocupaciones de una conciencia moral. Ese tema me interesa mucho también. Ahora bien, no sabría decirte en qué tendencia del feminismo me situaría exactamente. Las tendencias son numerosas y se han complejizado a partir de su institucionalización en las academias, en los últimos cincuenta años. Mi lugar de pertenencia es desde luego América Latina, que es un crisol de influencias universales (a las cuales no pienso renunciar), ajustadas a las necesidades de nuestras sociedades. Es decir, un territorio duro, donde las conquistas por un mundo mejor retroceden constantemente. Estoy pensando en un feminismo humanista e integrador, sin consignas simplonas, cuyo origen y formación ha estado siempre en los textos literarios, en la reflexión de mujeres ilustres cuya producción ya desborda las bibliotecas. En otras palabras, en la literatura: aquello que nos impulsa a deconstruir formas anquilosadas del pensamiento, a adquirir nuevas formas de lenguaje y de representación creando nuevos significados.

En otro poema —«Carpe diem», del mismo poemario— pareces lamentar no haber vivido plenamente la vida, tal vez por un exceso de sometimiento a los valores de la sociedad patriarcal, de los cuales a pesar de quererlo, le es difícil deshacerse a la Mujer a causa de los condicionamientos socio-culturales, de los tabúes y prohibiciones que han determinado su educación. Los versos finales donde la voz poética habla de «fruto infértil» «intocado por la vida», me parecen desde este punto de vista reveladores de cierta insatisfacción en relación con lo erótico y el sexo.

El poema es exactamente lo que anuncia su título: un topos clásico de la literatura universal, desde Horacio, que invita a gozar del presente. El erotismo, todavía vibrante, de la vejez, es la máscara que permite reactivar —con rostro nuevo— ese antiguo motivo universal. Lo moderniza y ridiculiza un poco, ridiculizando las pretensiones místicas al mismo tiempo. Este rostro nuevo es, por supuesto, nuestro tiempo, la necesidad de vivir a plenitud el sexo, tanto el femenino (destinado a la espera), como el masculino (destinado a la desolada repetición), porque los condicionamientos de la educación patriarcal han destruido esa posibilidad para ambos géneros.

Cada poema, cada libro nace en condiciones especiales, me gustaría que recordaras brevemente las condiciones en que nacieron tus primeros libros de poesía y en qué condiciones los escribiste. ¿Eres una creadora más reflexiva que intuitiva? ¿O al revés? ¿Cómo ves la problemática de la inspiración poética?

Cada libro tiene una historia de vida, naturalmente. Cada uno tiene recurrencias, y a la vez marca un punto de ruptura en la evolución del todo. Pero esas condiciones, esa vida, han sido transmutadas en lenguaje, convertidas en otra cosa. Es un odioso ejercicio tratar de recuperarlas. Gonzalo Rojas dice que la poesía se explica con la poesía. Y yo estoy de acuerdo. Los libros del comienzo suelen ser más ingenuos y espontáneos. Pero no hay reglas en este asunto. Cada pérdida, cada mudanza o íntima felicidad, marca los poemas. Pero también los viajes, las lecturas, la vida en la naturaleza, el mar, el aprendizaje de idiomas, la experiencia psicoanalítica, el yoga, el amor y el desamor, todo puede enriquecer y desembocar en la poesía. Hay hechos históricos y biológicos determinantes. La maternidad, por ejemplo, me ha inspirado intensos poemas de amor y de responsabilidad social. La literatura brasileña, por su parte, marcó Viola d’amore con un nuevo tipo de libertad experimental: me liberó del «sublimismo» agónico, del protagonismo yoísta, y me mostró las posibilidades del humor y la alegría. Épica mínima saldó una cuenta con el pasado y me arrojó de lleno a una cierta madurez de escritura y de recuperación de mundos transfigurados. Creo que soy una creadora reflexiva, obsesiva. Escribo y corrijo sin cesar. Y cuando sale un poema, digamos, «perfecto» desde la primera versión, entonces desconfío, y lo vigilo, y lo releo constantemente, como para sorprenderlo en sus fallas en un momento de descuido. Y entonces lo acoso, y sólo quedo convencida cuando ya no hay remedio: cuando ya está fijado en una publicación. Por eso prefiero no leer mis libros. Trato de olvidarlos (no soy capaz de memorizar un poema, tal vez porque soy animal de cultura letrada, aunque mi alma sea definitivamente musical). Con firmeza y ternura, trato de olvidarlos. Y afortunadamente los olvido, porque todo ciclo se cierra y pasa, y se renace sin cesar. Pero también creo firmemente en la inspiración, de lo contrario no tendríamos el esplendor de la poesía mística española. Pero inspiración sin voluntad constructiva no hace poemas. Ni una voluntad de hierro sin «apertura del alma» sirve para nada.

Yo creo que hay algo particularmente destacable en tu manera de escribir: es la manera de poetizar lo cotidiano, con un lenguaje sencillo que trasciende la anécdota para transformarla en una realidad poética superior. Ésta era ya la característica de Restos de viaje que se irá confirmando en los libros siguientes.

Lo cotidiano es nuestra condición. Somos siempre criaturas de cada día. De un solo día, que a veces dura largo tiempo. El arte moderno ha descubierto sin embargo el terror, el absurdo, la magia y, sobre todo, la alienación, en toda cotidianidad. Como punto de partida de cualquier experiencia, los elementos de la cotidianidad pueden a la vez ser transmutados y servir a la mímesis y a la evocación; y en ese servicio, se vuelven puntos de llegada, fin en sí mismos, puesto que pueden suspender sus circunstancias particulares y proyectarse en una dimensión universal. Hay una circulación constante entre los dos extremos, incluso una cierta reversibilidad. Como si dijéramos que un mismo objeto, o acto, lleva en sí mismo a su contrario. Se sabe que lo culto lleva en sí el germen de lo popular, como podemos comprobar en muchas composiciones pertenecientes a la llamada «música clásica» por ejemplo, cuyas raíces son simplemente folklóricas o de índole religiosa, compartidas por comunidades enteras en otras épocas. La poesía desgarra la opacidad del acontecimiento cotidiano, descubriendo en él jirones de luz, oleajes tumultuosos de múltiples sentidos. Conecta con lo perdido y recompone lo fragmentado. Así, no hay límites ni fronteras en esta su capacidad transmutadora, donde todas las cosas son «tocadas»... sin tocarlas. El breve poema sobre las ciruelas de William Carlos Williams es un canto de gratitud a su mujer, y a la vez simplemente ciruelas en un plato de un día cualquiera.

Naciste en Italia, pero muy joven emigraste a Venezuela. La presencia de Italia se siente fuertemente en tu poesía, especialmente en Brasa y en Viola d'Amore, no sólo por el título sino por la presencia implícita o explícita de poetas italianos con Ungaretti, por ejemplo. ¿En qué medida esta situación de formación bicultural ha sido un enriquecimiento para tu escritura poética?

Ha sido, sí, un enorme enriquecimiento, tanto para mi escritura como para mi formación personal. Es un claro privilegio que heredamos los hijos de emigrantes, y que debo agradecerle a mi padre. Es un ejemplo de apertura y no de parálisis, de espíritu combativo y no de inercia acomodaticia; es el valor de abrir caminos en lo desconocido. Tal vez los emigrantes sean los héroes de este tiempo inasible que nos tocó, los que han aprendido a vivir en muchas casas, porque las verdaderas casas no se pueden poseer. Tal vez esté surgiendo un nuevo género humano, neo-renacentista, políglota, tolerante a las diferencias, desprovisto de cualquier posesión. No sé. Un género capaz de superar fronteras, amándolas al mismo tiempo con el respeto del huésped o visitante. Ciertamente las fronteras nos defienden de lo ininteligible, pero deben considerarse algo provisional y perecedero. Somos los dueños de la tierra, como dice un verso de Hölderlin, porque sabemos que somos nadie. Ser nadie es el sentido más hondo de cualquier identidad. Durante mucho tiempo, la «extranjeridad» significó una escisión dolorosa para mí, un no lugar, y muchos poemas son testigos de ese conflicto. Pero hoy me es posible pensar en un proceso riguroso de educación y autoanálisis que plantee las cosas de otra manera.

¿Tiene algo que ver con esto la importancia que tiene el otro , lo extraño, lo extranjero en tu poesía? La mirada distanciada que a veces aparece frente al mundo. Viola d'Amore, por ejemplo, empieza por una sección titulada «La extranjera» y asimismo Épica mínima se inicia con una sección titulada «Dibujo de emigrantes» con un epígrafe sacado de Mi padre, el emigrante de Vicente Gerbasi: «Y hablaste, circundado por venados atónitos: ¡Ampárame, o tierra maravillosa!».

Por supuesto que sí. Tú lo has dicho. Mi poesía está llena de esas miradas que se contemplan en lo extraño, en el otro que somos, incluso para nosotros mismos. Sobre todo, para nosotros mismos. Es allí donde el tema de la inmigración se vuelve el tema del sujeto y la disolución de todas sus certezas.

Sobre tu último libro, El diario íntimo de sor Juana, me gustaría saber qué te sedujo en la vida y en la obra de esta mujer, considerada por muchos, y en especial por Octavio Paz, como uno de los intelectuales más importantes de su siglo y como la primera feminista del continente, para que apelaras a ella para expresar tus propias preocupaciones de mujer bajo la forma de poemas apócrifos.

Sor Juana ha seducido a muchas poetas y escritoras a través del tiempo. La misma Luz Machado tiene unos sonetos a Sor Juana. Rosario Castellanos escribe sobre ella. Es enorme la cantidad de discursos que ha generado su obra. Ella no solamente constituye uno de los emblemas del género más antiguo y prestigioso, sino un modelo de inteligencia y de ironía que sigue inspirando a las mujeres latinoamericanas. Sor Juana me permitió un ejercicio de identificación con sus mismos problemas compositivos, con su tiempo de oscuridad y fanatismo, y a la vez un desdoblamiento de su figura multiplicada hasta la enésima potencia a través del espacio y el tiempo.

¿Crees que se puede establecer verdaderamente cierto paralelismo entre la vida de Sor Juana Inés de La Cruz en la segunda mitad del siglo XVII y la vida de la Mujer actual?

Desde luego, la distancia es enorme. Sólo en sentido muy amplio y quizás metafórico se puede hablar de paralelismo. Las conquistas de la liberación femenina son demasiado significativas y nos colocan en un momento esplendoroso, a pesar de todos sus fracasos.

En el fondo, podemos preguntarnos si las rejas del convento donde vivió recluida Sor Juana, no se han convertido en las rejas invisibles de la moral patriarcal en que la sociedad burguesa pretende encerrar a la Mujer. Rejas virtuales tal vez en estos momentos de auge de la Internet, pero tremendamente eficaces y peligrosas.

Es una pregunta interesante, pero temo que extremar equivalencias históricas puede hacernos perder de vista la singularidad de situaciones concretas. La mentalidad patriarcal tiene actuaciones diferentes en cada época, aunque el ejercicio del poder y la afirmación de sus privilegios sean una constante. Incluso podemos decir que se mueve ágilmente, cambia de lado. Al respecto, Carolyn Heilbrun se preguntaba qué sentido tenían las investigaciones teóricas sobre las mujeres si no las afectaban directamente, si no les alcanzaba para producir ninguna transformación positiva en sus vidas. Era la preocupación de quien había estudiado y escrito numerosas biografías femeninas. De quien, por otra parte, asistía a la virulenta institucionalización del feminismo en la academia norteamericana, convertido en otra ideología aplastadora; es decir, negando las expectativas, por ejemplo, de un Fernando Mires al considerar el feminismo una contraideología y la última utopía posible. Por lo tanto, ningún esencialismo —y mucho menos el que magnifica ideas abstractas— le hace bien a la liberación femenina, porque no ayuda a identificar las estrategias, los cambios y las sutilezas en los territorios de cualquier negociación. Nada es igual a nada, aunque estemos en la misma red (y valga el ejemplo, literal y simbólico, de Internet). El mal no está solamente en la sociedad burguesa. Tampoco está en los conventos, donde muchísimas mujeres —como Sor Juana— negociaron su libertad (en realidad, se inmolaron) por amor al saber y a la autonomía intelectual. Espigar estos aspectos, rasgar el velo de las apariencias (incluso teóricas, lo cual es otro tipo de «apariencia»), es lo más difícil. Vivimos un tiempo de hiperdiscursividades que cosifica, tritura y desecha conceptos rápidamente. Y hay que mantenerse alerta, aunque no sepamos para qué. El problema está en la dificultad de identificar el momento en que una opción se convierte en prisión y/o manipulación. ¿Cuándo, en qué momento, lo espiritual se vuelve fanatismo y lo pragmático estupidez? ¿Dónde está el límite entre la razón y la ceguera? La literatura no ha hecho sino plantearse esas preguntas incesantemente, exigir «otro modo de ser», como decía Rosario Castellanos, donde lo interno y lo externo se correspondiesen, donde la exploración interior vaya de la mano de la exploración del mundo exterior y material sin ninguna mixtificación.

Entre los numerosos temas tratados en este hermoso poemario como la pasión, el deseo erótico, la cotidianidad de la vida, las renuncias y frustraciones, el abandono y la rebeldía, me gustaría que ahondaras un poco en esa relación del cuerpo y del espíritu, la materialidad del cuerpo, y la espiritualidad de la relación con el Ser Amado, Dios, que constituye a mi modo de ver la médula de tu libro y determina buena parte de tu acercamiento a lo femenino.

El tema sobre el conflicto entre cuerpo y alma es un conflicto justamente sorjuanino, religioso, que está relativizado a lo largo del libro. Corresponde a la sensibilidad cristiana, y es ajeno a otras filosofías o ámbitos del pensamiento. Por eso, como dualismo que tortura el mundo de Sor Juana, no existe en las otras «máscaras» de escritoras (como la sofisticada Murasaki o la popular Guillermina) que toman cuerpo en otros poemas. Murasaki, por ejemplo, la más importante escritora del antiguo Japón (vivió más o menos entre el 978 y 1026 y fundó el género novelesco), a través de su melancólica evocación amorosa realiza una crítica sutil a las relaciones entre hombres y mujeres, muestra el vacío y la soledad de la vida aristocrática, las inconsistencias de la política, la pequeñez moral del amado y todas sus debilidades (en la metáfora de sus pequeños pies, por ejemplo). Por su parte, Guillermina es una cantora popular de nuestro tiempo, por lo cual ella parece moverse más libremente; aunque no lo pareciera, tiene la tierra para sí, tiene la noche («que nunca es funesta», se dice, invirtiendo una imagen de ocultamiento en imagen de luminosidad), su creación es música, juego, esplendor gratuito. Ambas son, como ya mencioné, desdoblamientos de la capacidad creadora de la mujer impulsados por la figura de Sor Juana. Ambas, a pesar de sus abismales diferencias culturales e históricas, llevan la «marca de género» en la frente, aunque sea vivida de distinta manera. Y ahora, hablando contigo, percibo que ambas coinciden en la misma imposibilidad de recuperar a «sus» hombres, tanto para el amor como para el lenguaje. El hombre permanece en la sombra, sordo, distraído, «engañado» de todo y especialmente de sí mismo, enredado en fantasías politiqueras y aventurillas (como en Murasaki), o del todo dormido —tan tolerante, que casi está dormido— como en Guillermina. Estas figuras masculinas, por el solo hecho de serlo, no necesitan «verificarse», se dice. Y no tienen la menor sospecha de lo que tienen al lado, incapaces de establecer un cierto diálogo con el imaginario femenino. Pero lo que estoy diciendo no sé si es verdad, ni todo esto implica una condena de los hombres generalizada. Me parece que podría ser, en cambio, la más honesta exhortación a la lucidez compartida, el despertar a una nueva condición humana que intuyen tanto Murasaki como Guillermina. Pero esa es mi lectura no más. Cuando escribí esos poemas no pensé en absoluto en estas «interpretaciones» de ahora. Pensé sí, o mejor dicho, estaba como en «estado de ficción», transportada a los mundos que entregaban las obras de Murasaki, de Virginia Woolf, Clarice Lispector, Lya Luft, Jane Austen, Edith Wharton, Colette, Elsa Morante, Rosario Castellanos, los cuales me han apasionado y acompañado toda la vida. Y en la imagen fugitiva de una tal Guillermina, cantora popular de verdad que conocí en un pueblo del interior de Venezuela, donde el simple gesto de su mano cantando —como si fuera a comprobar la lluvia— me autorizó a inventar su historia, y a fundirla a la historia de otras mujeres humildes que manifiestan su arte «artesanal» con igual riqueza y originalidad. Pienso que el autor o autora no tienen propiedad alguna sobre la significación de su obra, aunque en él o ella esté el origen de todo.

Hay en tu libro como una especie de juego permanente entre la presencia y la ausencia que traslada el llamado misticismo de «Sor Juana» del espacio de lo sagrado al espacio de lo profano, convirtiendo lo profano, o sea las reivindicaciones feministas que expresa la voz poética, en algo sagrado.

Tienes razón. Pero también hay un proceso inverso: desacralizar lo sagrado a través de la burla, la fuerza del deseo y la superposición de voces. Mover y conmover la interpretación monolítica de Sor Juana tal como se estudia en las universidades, humanizándola. Ser un poco ella misma. O imaginar cómo me vería ella si yo fuera una de sus siervas. Especularnos en una búsqueda que no tiene fin. Ella misma ha dado esas claves en su obra. Yo sólo recogí lo que ella puso en mis manos.

La relación entre ética y creación ha sido siempre una de las consideraciones que han motivado la reflexión de creadores y críticos. En tu caso personal, ¿cómo ves esa relación? ¿Cómo has logrado conciliar en tu escritura de manera tan perfecta lo ético, lo estético y lo ideológico?

Tal vez no se trata de una conciliación perfecta, como tu generosidad quisiera ver, sino de una lucha constante entre dimensiones que deben ser reafirmadas entre sí. La búsqueda de la coherencia y el equilibrio entre distintas fuerzas es un camino infinito.

En tanto que ciudadana venezolana ahora, me gustaría saber cómo aprecias la situación política, económica, social y cultural de tu país. Y más precisamente cómo estás valorando la lucha de las mujeres en la sociedad venezolana.

Venezuela vive uno de sus momentos más dramáticos y complejos, que es muy difícil evaluar correctamente. Pero este momento no es nuevo, sino el resultado de muchos años de extravío moral y de crisis social y política; y sobre todo, de excesiva tolerancia con sus propias debilidades. Estamos viviendo un nuevo reajuste de fuerzas mundiales, donde la arrogancia del que tiene el poder se ejerce no solamente a nivel sistémico sino también al de microestructuras. Y si las ideologías caen como trapos viejos, esa misma «caída» es ideologizada hasta niveles delirantes como la gran coartada que evita cualquier responsabilidad. Por eso, las complicidades con cierto hedonismo cínico o desdichado tampoco ayudan. Las mujeres resultan muy afectadas por todo ello. Sobre todo las de escasos recursos. Con el agravante de que tienen que educar a los hombres, sostenerlos y servirlos como niños grandes, tal como se estila todavía en la mejor «tradición» caribeña. Su resistencia a la inercia y a la repetición circular de esos males es una tarea enorme, y muy difícil porque exige también que no se descuide su propia autoeducación y autodisciplina. De modo que es necesario seguir escribiendo, reunirse, armar grupos de lectura y análisis, establecer redes de comunicación, publicar, abrirse a nuevos conocimientos, dominar tecnologías contemporáneas, integrarse a lo nuevo, en otras palabras, ser consistente con este proceso de autodeterminación y de cambio profundo que es ya irreversible. Que no lo para nadie, para bien o para mal.

¿Cómo te sientes en estos momentos? ¿Cuáles son tus mayores preocupaciones?

Me siento bien, en paz. Con algunos proyectos de libros entre manos, de cuya magnitud no me creía capaz. Acabo de poner el punto final a un poemario horrible sobre la muerte (¡espero no tener que leerlo!) que cierra una etapa de mi vida en los Estados Unidos. Cuando se muere, y se pierde realmente todo como yo lo perdí hace varios años, de repente se empieza a tenerlo todo. Es paradójico, pero es así. Comienzo una nueva etapa de mi vida, reconciliada finalmente con mi propia edad, mi talento y mi propio desamparo. Pero tal vez no sea tan simple. Tal vez, como dice Clarice Lispector, «entender es la prueba de la equivocación».

Notas

1 Monte Ávila Editores, Caracas, 1979

2 Ed. Fundarte, Caracas, 1979

3 Ed. Fundarte, Caracas, 1986

4 Ed. Universidad de Oriente, Caracas, 1996

5 Ed. Torremozas, Madrid, 2002


© 2006, Roland Forgues


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