miércoles, 2 de mayo de 2007

CINECITTÁ CUMPLE 70 AÑOS





El paraje fantástico donde se empieza un paseo por el antiguo puerto de Nueva York en 1863, se atraviesa la plaza mayor de Asís, se recorre en góndola un canal de Venecia y se llega a los foros de la antigua Roma se llama Cinecittá, y está preparando para este viernes su guateque de las 70 velitas con la ilusión de una quinceañera. La «Hollywood del Tíber», como se llamaba en los años cincuenta, ha sabido reinventarse y quiere volver al centro de la creación cinematográfica como si hubiese nacido ayer.

A estas alturas casi nadie recuerda que la decisión de construir «la mayor ciudad del cine en Europa» fue una orden de Mussolini al servicio de la propaganda política. Corría el año 1936, y en la Italia fascista -a diferencia de la de ahora- corría también todo el mundo en cuanto el «Duce» daba una orden. Si el Coliseo de Roma se construyó en tres años -hazaña que sería imposible hoy-, Cinecittá se terminó en sólo quince meses, y el 28 de abril de 1937 Benito Mussolini hacia su entrada triunfal para la ceremonia de inauguración, uno de tantos acontecimientos de la propaganda del régimen.

La «fábrica de sueños» de la Vía Tuscolana empezó a trabajar a todo ritmo al día siguiente, lanzando nada menos que 60 películas al año, entre las que quedan pocos títulos memorables, hasta que en 1943 los bombardeos americanos y el caos del final de la guerra redujeron todo el proyecto a ruinas.

Por fortuna para el mundo, Cinecittá «resucitó» en 1947 confirmando potencial de cantera de talentos, pues allí nacieron Roberto Rossellini, Vittorio de Sica o Luchino Visconti, que pronto pusieron a Italia en la primera fila del cine internacional. Para muchos de aquellos genios, llegar a Cinecittá era un flechazo, una pasión irrefrenable. Federico Fellini contaba que «la primera vez que oí este nombre, Cinecittá, me di cuenta de que era la ciudad en la que quería vivir, y que sería ya parte para siempre de mi vida. Era el lugar ideal. Era como entrar en el epicentro del vacío cósmico justo antes del Big Bang y asistir a la gran explosión creadora».

La Cinecittá de posguerra se convirtió enseguida en una fábrica de superproducciones como «Quo Vadis» (1950), «Ben Hur» (1957) o «Cleopatra» (1961), capaces de traer a Roma las estrellas más brillantes de Hollywood. Aquellos estudios eran el punto de encuentro de lo mejor de América y lo mejor de Italia, en un maridaje de culturas que Fellini retrató de modo genial en 1959 en «La dolce vita», aquella época que todavía se añora cuando uno pasea por Via Veneto o se acerca de noche a la Fontana di Trevi con la esperanza de encontrar a Anita Ekberg jugueteando bajo la cascada.

La fiesta de 70 cumpleaños será, naturalmente, un homenaje a Fellini, e incluirá la proyección de un documental todavía inédito que ha despertado gran curiosidad. Naturalmente, se celebrará al estilo «felliniano» en una especie de astronave de cristal que están terminando de construir en medio de los foros del set de «Roma», la superproducción televisiva que está triunfando en Estados Unidos y en España. Entre las estrellas de la velada se contarán Wim Wenders, Eva Mendes, Matt Dillon, Luc Besson y un montón de veteranos de los míticos estudios, cuyos nombres se mantienen en secreto.

A lo largo de la noche se recordará que Cinecittá volvió a morir en los años setenta, víctima de las leyes caprichosas italianas, de los excesos sindicales -no se podía trabajar sábados ni domingos- y de la falta de seriedad en los plazos y los presupuestos. La avaricia de los sindicatos, de los artesanos y de los políticos terminó por matar la gallina de los huevos de oro, forzando a las grandes productoras americanas a volver a Hollywood, donde podían trabajar con libertad.
El recuerdo de Deborah Kerr, Liz Taylor, de Ava Gadner, comenzó a desvanecerse como el de Errol Flynn, Clark Gable, Kirk Douglas, Charlton Heston y tantos otros de una segunda edad de oro que había tocado a su fin.

Pero, una vez más, Cinecittá resurgió de sus cenizas en los años ochenta, y las cámaras volvieron a rodar. A títulos como «El nombre de la rosa» (1985) y «El Padrino III» (1989), seguirían «El cartero y Pablo Neruda» (1994) o «Té con Mussolini» hasta el regreso de Dino de Laurentis para producir «U-571». «El sueño de una noche de verano», «El paciente inglés» o «El talento de Mr. Ripley» hilvanaron la continuidad de los estudios hasta llegar a superproducciones recientes como «Gangs of New York» de Scorsese en 2001, «La Pasión» de Mel Gibson, o la «Misión imposible III» de Tom Cruise. La fantasía renace siempre al grito de: «Silenzio! Si gira!».

1 comentario:

Judit Gerendas Kiss dijo...

Entonces hoy es esa gran fiesta felliniana, en la Cinecittá que tan agudamente analizas. Me temo que en nuestros devaluados días actuales no puede surgir un espíitu tan rabelesiano como el del gran director de Amarcord. Tampoco entre las delgadas y uniformizadas figuras femeninas de hoy podrá hallarse una mujer de tanta vitalidad corporal como la inmortal Anita.

Felicitaciones de

Judit

ESCRITORES GUERREROS

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