lunes, 11 de junio de 2007

150 AÑOS DE LA FUNDACIÓN DE LA NUEVA JERUSALEM




Ramsgate es una ciudad del sur de Inglaterra ubicada a dos horas por tren de Londres. Su mayor celebridad consiste en ser la sede de un museo que honra la memoria de uno de los judíos de virtudes más excelsas y de temperamento más combativo y constructivo que puede contener la Enciclopedia Judaica: Sir Moses Montefiore. Nada más ni menos que el filántropo que permitió el renacimiento de las tres veces milenarias y tres veces sagradas ciudad de la Jerusalén histórica y el nacimiento de la Jerusalén Moderna... ¡hace exactamente 150 años!

El Museo Montefiore está inserto en un conjunto cultural religioso que integran: una sinagoga, una “yeshiva” (o escuela de estudios religiosos —en este caso para estudiantes de origen sefardita) y la propia tumba del que llegó a ser en 1837 alcalde de la capital inglesa y elevado el mismo año por la reina Victoria a la dignidad de “Sir”, Gran Caballero de la Corona inglesa.
El conjunto hoy en día está bajo la custodia del Movimiento (jasídico) Lubavitch, también responsable desde allí de un campamento de verano y de diferentes actividades social-filantrópicas.

En realidad, Sir Moses Montefiore nació en 1784 en una familia sefardí de la ciudad italiana de Livorno, pero creció y vivió toda su vida en Inglaterra en una atmósfera de gran respeto y cumplimiento de la Biblia (Torah) y de los Miksvot. Murió el 15 de agosto de 1885 a la edad de 101 años, luego de haber realizado 7 viajes pioneros en el Israel bajo el yugo otomano, el último de los cuales a la edad de ¡91 años!, no sin antes haber creado, en 1855 —hace pues hoy 150 años— el primer asentamiento y primer barrio judío fuera de los 4.000 metros de muralla de la Antigua Jerusalén, en un sector conocido bajo el nombre de “Mishkenot She’Ananim”, algo como “la Mansión de los Bienaventurados”, así llamado en recuerdo del profeta Isaías y uno de sus más famosos versículos... proféticos —valga la redundancia:

“Pero sobre nosotros se derramará el espíritu desde arriba. Entonces, el desierto se transformará en jardín y el jardín crecerá como un bosque. En el desierto, acampará el Derecho; en el jardín, descansará la Justicia. La obra de la Justicia sea la Paz y los frutos de la Justicia serán tranquilidad y seguridad para siempre.
Mi pueblo vivirá en paz, sus habitaciones serán seguras y tranquilas. La selva será cortada y la ciudad arrasada, y ustedes sin problemas sembrarán entonces a orillas de los esteros, o soltarán, sin preocupaciones, su buey o su burro” (Is. 32: 15-20).

Hoy, en el también conocido como barrio Montefiore de Jerusalén, en las afueras de Ir Atika (la Ciudad Vieja, “intramuros”), cualquier turista o nuevo inmigrante puede admirar este singular edificio de una planta donde nació la nueva Jerusalén moderna en 1855, pues además se volvió mundialmente famoso gracias a Yemin Mose, el barrio de artistas de renombre mundial, que es parte integrante de él, donde, como en sus horas de mayor gloria el barrio de Montmartre, en París, o Village People, en Nueva York, visitan, se alojan, desfilen, exponen y se producen permanentemente los más cotizados artistas —judíos y no judíos— del planeta.

En nuestros años de joven reportera, recién graduada, en los años finales de los ‘80, principios de los ‘90, tuvimos el insigne privilegio de residenciar muchos meses en Jerusalén, recorriendo muy asiduamente Mishkenot She’Ananim, lo que nos llevó a publicar —entre otros— un amplísimo y muy documentado reportaje sobre su historia y la de su fundador moderno, Sir Moses Montefiore, en el periódico en francés de Israel, llamado L’Information d’Israel, de fecha 16 de abril de 1993.

La antigua Jerusalén amurallada, con sus tradicionales barrios y divisiones religiosas: los barrios musulmán, cristiano (armenio), judío; y la Jerusalén moderna, hoy desparramada, todo alrededor, sus colinas y montes circundantes, su Monte Scopus, su Universidad Hebraica, sus bajos edificios en piedra de Jerusalén y sus urbanizaciones para inmigrantes, sus 150 años de haberse “escapado” de sus antiguos linderos herodianos... Mishkenot She’Ananim, Yemin Mose, las imborrables huellas de un hombre: Sir Moses Montefiore.

Nacido un 24 de octubre de 1874 en Italia, y muerto en Inglaterra el 27 de julio de 1885 (otra fecha indica el 15 de agosto de este mismo año), Montefiore era un filántropo como pocos, aliado al poderoso clan de los Rothschild, a través de su esposa, Judith Barent-Cohen. Inició su vida como simple agente de cambio, haciendo rápidamente fortuna, tanto que, a los 50 años, ya resolvió iniciar su carrera pública de muy generoso benefactor y no menos consecuente hombre de acción entregado a la emancipación de los judíos, no sin ocupar altos cargos en la administración pública inglesa, como el de alcalde de la ciudad de Londres en 1837... Altos cargos y servicios a la Corona que la reina Victoria recompensó con un título de “Sir”.

En realidad, poca gente sabe que la emancipación de los judíos fue, en sus orígenes, una de las grandes ideas (junto a la emancipación de la mujer, y los derechos del hombre y del ciudadano) lanzadas sobre el continente europeo por una cierta Revolución Francesa de 1789, sea dicho de paso, mucho antes del surgimiento del movimiento “redentor” sionista del periodista austriaco Nathan Birnbaum (que parece haber sido el primero en emplear el término “sionismo”), mucho antes del “Llamado a los Judíos” desde Filadelfia, EUA, por un tal Mordekhay Noah el 15 de octubre de 1825, invitando a los judíos “donde quiera que se encuentren” a emigrar en un primer tiempo en... Ararat... una ciudad con nombre predestinado (donde supuestamente encontraría posteriormente los restos del Arca de Noe); antes de los “progroms” y la “Solución Final” de los siglos 19 y 20, mucho antes de los “Amantes de Sion” salidos de los ghettos de Europa Central, mucho antes del libro Autoemancipación, de León Pinsker, mucho antes de la obra Roma y Jerusalén, de Moshe Hess, discípulo de Marx, y mucho antes de las líneas de otro periodista austriaco: Teodoro Herzl, gran visionario del futuro Estado de Israel, entonces, redactor del periódico alemán Neue Press, al final del siglo 19.

Moses Montefiore no era un visionario pero no hay duda de que tenía un “fuego sagrado” interno que lo hacía mover para emancipar la condición de los judíos por todas partes. No se sabe si tuvo directamente conocimiento del “Llamado a los Judíos” de Mordekhai Noah en 1825 (nacido apenas un año antes de él, el 19 de julio de 1875, en Filadelfia) pero no hay duda de que supo “conectarse” espiritualmente con el “Espíritu del Tiempo” en pro de la causa de sus correligionarios que recorría la Europa post Emperador Napoleón I —que, dicen, luego del sitio de San Juan de Acre, en la entonces Palestina de donde tuvo que salir con el rabo entre las piernas, llegó a hablar una vez de ayudar a reconstruir el Templo de Jerusalén y de crear un Estado Judío... si los judíos se unían a su bandera.

El hecho es que, un día de 1827, Moses Montefiore emprendió su primera peregrinación a la Tierra Prometida (Eretz Israel), entonces bajo el yugo de los pachas otomanes, corruptos y venales... El aire y la visión de la Tierra de Sion le causaron un fuerte impacto. Visitó el Barrio Judío, en la Ciudad Vieja de Jerusalén, donde según la Enciclopedia Británica, en su séptima edición, vivían unos 6.000 judíos —dos veces más que la población judía en Nueva York de aquel entonces; algo menor de la de musulmanes y la mitad de cristianos. Vivían las tres comunidades en sus respectivos barrios, en paupérrimas condiciones, sin ningunos servicios básicos, y en condiciones higiénicas lamentables, observaciones éstas, sobre el terreno, que iban a ser el desencadenante para “hacer algo para los judíos de Palestina y, sobre todo, los de Jerusalén”, a la vez que serían el punto de partida de una serie de iniciativas para también mejorar las condiciones de vida de los ghettos de Europa Central por parte de Moses Montefiore.

En 1846 obtiene del tsar de Rusia un ucase, un decreto, para impedir el establecimiento de judíos en las zonas fronterizas muy conflictivas entre Alemania y Austria... En 1840 maniobra para conseguir para los judíos de los territorios bajo administración de la “Sublime Puerta” otomana los mismos derechos que los demás extranjeros en todo el Imperio... En 1847 interviene a favor de la Comunidad de Siria... En 1858 solicita al Papa la reconsideración de un caso de un niño judío obligado a bautizarse católico por su gobernante... En 1864 pide la intermediación del Sultán de Marruecos en contra de la represión de judíos en la ciudad de Tánger.

Pero es en 1860 cuando realiza su más brillante actuación, al conseguir del Sultán Otomano de Constantinopla (hoy, Estambul) un firmán, un decreto, para permitir la realización de la primera parte de su sueño: sacar a sus correligionarios de su Estado promiscuo, de extremo hacinamiento, en callejuelas angostísimas, sin luz del sol, sucias, del interior de la muralla de la vieja ciudad de Jerusalén; y llevarlos a construir ellos mismos, de sus propios manos, sus propios asentamientos, sus propias casas, una ciudad que sería suya.

El calendario gregoriano marcaba el año 1860, el calendario judío el año 5620... Pronto iba a nacer la Jerusalén moderna gracias a un hombre profundamente impregnado de valores místicas judíos (con el tiempo, sería apodado Yemin Moshe, “a la derecha de Moses”), además de ser un gran negociador, un gran filántropo y un constructor nato.

Para juzgar del carácter temerario, casi utópico, de tal iniciativa de Sir Moses Montefiore, de construir y hacer construir con sus propias manos el nuevo Barrio Judío en las afueras de las murallas de la antigua ciudad de Jerusalén, se debe considerar lo siguiente: desde hace siglos, una tradición quería que un judío de Jerusalén, de los ghettos de Europa Central o de cualesquier otros puntos de la diáspora (dispersión de los judíos por el mundo desde el año 70 de la era cristiana), no desempeñara otra función o labor que la de zapatero, joyero, sastre, o usurero, es decir, artesanos o negociantes... ¡Y es allí cuando este hijo de mercader italiano reencauchado en las brumas londinenses pretendía sacarlos de su comodidad, rutina y seguridad y hacer que se aventurasen fuera de su marco ancestral, que se lanzaran propiamente a la calle, pero fuera de los límites que miles de años habían prácticamente marcado de un sello indeleble —si bien, en más de una ocasión, tuvieron que hacerlo en condiciones dramáticas, de largos exilios y duras persecuciones.

¡Menudo nuevo reto histórico! ¡Y con más razón cuando se piensa lo que era la Palestina del siglo 19, el espacio exterior que rodeaba las murallas de Jerusalén en aquel entonces..., un solo e inmenso desierto, cruzado por largas caravanas comerciales a lomo de cabellos y burros pero también por cien y un peligros, bandidaje, asesinos a sueldos, traficantes de esto y de aquello, asaltantes de caminos, “rebeldes sin causa”, nacionalistas exacerbados, guerras intertribales, etc... que obligaba a cerrar todas las noches, a la primera estrella, todas y cada una de las enormes puertas de gruesa madera del Líbano que transformaba entonces a la tres veces milenaria Ciudad de David en una auténtica fortaleza medieval.

¿Cuál es entonces el “loco de atar” que soñaba para los suyos “una nueva vida” fuera de estos altos y inexpugnables muros..? Pues tenía nombre y apellido, un título de la Corona Real de Inglaterra..., un místico judío... y una de las grandes fortunas del siglo 19.

Cuando, en 1855, el filántropo inglés de origen italiano, Sir Moses Montefiore, invitó a la comunidad judía hacinada en estrechas, malolientes y no higiénicas calles y casas al interior de las murallas de la Antigua Jerusalén —donde, sin embargo, convivían pacíficamente con musulmanes y cristianos— para construir con sus propias manos una Nueva Jerusalén en la parte exterior de la antigua capital fundada por el rey David unos 3.000 años antes, obviamente, no invitaba a sus miembros a un paseo, ni a una sinecura, por cuanto los alrededores eran muy hostiles, con nómades ladrones y asaltantes de caminos, además de ser extremadamente desérticos.

La única “recompensa” era que el sector escogido se encontraba en la cercanía del llamado Muro Occidental del antiguo Templo de Salomón, mejor conocido como Muro de los Lamentos, donde por lo menos los más creyentes —casi todos lo eran en aquellos tiempos allá— podían acercarse para rezar, depositar ex votos (papelitos con algunos deseos por cumplir) en los intersticios de las enormes piedras de talla que habían resistido los embates de las recurrentes locuras destructoras de los invasores de turno y que eran los vestigios del último Gran Templo de Jerusalén (Mikdash HaGadol).

La resistencia de una parte de los 6.000 pobladores del Barrio Judío de la antigua ciudad se alargó un cierto tiempo hasta que Sir Montefiore tuvo la idea de... ofrecer una libra esterlina inglesa (que representaba cierta suma en aquel entonces) a cualquiera de ellos que se atreviera... ¡a pasar tan sólo una noche al exterior de la Muralla..! Digamos que, al principio, no hubo mucha cola... La gran aventura de la Nueva Jerusalén extramuros empezó con uno, luego otro, y así, sucesivamente, durmiendo cada noche en carpas improvisadas bajo uno de los cielos más estrellados de una de las ciudades —de acuerdo al Talmud, posterior al de Babilonia— más bellas y más sufridas del planeta (“Diez medidas de belleza descendieron sobre el mundo; nueve recibió Jerusalén y una, el resto del planeta. / Diez medidas de dolor descendieron sobre el mundo; nueve recibió Jerusalén y una, el resto del planeta”).

Y, así, con cuentagotas, habiendo entre tanto Montefiore logrado una cierta vigilancia por parte de las autoridades otomanas que administraban la ciudad, fueron sumándose los primeros pioneros judíos —hasta entonces artesanos y comerciantes—, constructores con sus propias manos del primer sector jamás edificado al exterior de las murallas de la vieja Jerusalén, posteriormente conocido en forma coloquial como “Barrio Montefiore”, o en hebreo, por su nombre de Mishkenot She’Ananim, “La Mansión de los Bienaventurados” —en recuerdo de los versos del profeta Isaías.

El primer “edificio” construido con piedras extraídas con herramientas “de fortuna” en canteras cercanas a la propia Jerusalén lo fue frente al llamado Monte Sion, cerca de una famosa y muy concurrida —por caravaneros y visitantes— puerta de la antigua Jerusalén llamada Puerta de Jaffa... Por lo tanto, no era un lugar cualquier, tenía su carga de simbolismo, al que se agregaba el hecho de que, partiendo de allí, se llegaba, luego de unos 25 kilómetros de polvorientos caminos de burros, a las ciudades sagradas de Belén y de Hebrón —esta última, lugar de la “Tumba de los Patriarcas” del antiguo Israel.

El primer edificio histórico —la “casa matriz”— de la Nueva Jerusalén de Sir Moses Montefiore fue una larga construcción rectangular de 120 por 6 metros, con 29 habitaciones, de techo llano adornado de frente con una hilera de almenas y, en el mero centro de su fachada, una estrella de David, también, tallada en piedra... El resto del conjunto de casas, de dos pisos (ninguna planta baja para residencias), fue construido —para decirlo así gráficamente— con un diseño general parecido a un convoy de pioneros americanos a la conquista del Oeste, en medio de comarcas hostiles: con todas las puertas y entradas mirando hacia un patio interior donde se podía organizar libremente la vida económica del nuevo barrio, con sus talleres artesanales, jardines, huertos, áreas recreativos, religiosos, etc.; y listos para enfrentar cualquier acto de bandidaje y robo a mano armado, con un sistema de comunicación especial entre casas y habitaciones, calles cruzándose perpendicularmente, finales de calles sellados o con puertas metálicas especiales, etc. —de paso, este modelo iba a ser el modelo de construcción que se adoptaría allá hasta finales del siglo 19.

A la culminación de su primera etapa histórica en 1860 (año, por cierto, del nacimiento de Teodoro Herzl, el llamado Visionario del Estado de Israel —¡todo un símbolo!), es decir, cinco años después de que el primer pionero judío, por primera vez en muchos siglos, se atrevió a pasar una noche afuera de la Muralla de la Antigua Jerusalén, el barrio Montefiore, Mishkenot She’Ananim, contaba 140 casas, sinagogas, escuelas, un hotel para peregrinos y varios grandes reservorios de agua... Muchas más casas seguirían posteriormente para acoger los primeros pioneros de Rusia y de Europa Central, los primeros constructores de las primeras colonias agrícolas judías de Palestina bajo impulso de León Pinsker, otro filántropo Edmundo de Rothchild, Ch. Meter, fundador de la Alianza Universal Israelita y de la primera Escuela de Agronomía judía en Eretz Israel.

Cerca del barrio Montefiore y a lo largo de la actual calle de Yaffo, tres, cuatro, cinco barrios más serían posteriormente construidos entre los cuales el Barrio de Mea Shearim, hoy religiosamente muy activo (y combativo) gracias a sus judíos ultraortodoxos... De 6.000, la población pasaría rápidamente, en 1897, a 10.000, y luego a 30.000 (es decir, 3 veces más que musulmanes y cristianos), en la época del Primer Congreso Sionista de Basilea (Suiza), dominado por la figura cimera de Teodoro Herzl.

Poco a poco, el antiguo Barrio Judío de la Ciudad Vieja de Jerusalén se fue vaciando, aunque muy lentamente, puesto que, en 1948, cuando la Legión Árabe lo arrasó, unos 2.000 “puros y duros” todavía vivían allá.

El 28 de julio de 1885 fallecía su fundador y máximo filántropo (aunque otros, de Inglaterra y, sobre todo, de EUA, contribuyeron): Sir Moses Montefiore, a la edad casi “bíblica” de 101 años... En los siguientes 5 años, cinco nuevos barrios serían levantados en su memoria, llevando su nombre, entre los cuales el hoy universalmente famoso barrio artístico de Yemin Moshe...
En los meses previos a la Independencia de Israel de los británicos, el sector dominado por un curioso antiguo molino de agua, con su cabeza redondeada en forma de champiñón, fue la sede de la célebre resistencia judía llamada “Haganah”.

Muy cerca, el 14 de mayo de 1948, ingleses, judíos y árabes reunidos “civilizadamente” alrededor de una mesa de póquer oían la voz del entonces gobernador de la región, Sir Cunningham, anunciando la retirada de las tropas inglesas y, por lo tanto, el fin del mandato británico en Palestina (en vigencia desde la —para algunos— casi “profética” entrada del general Allenby, en 1917, acabando con siglos de presencia turco-otomana).

El día siguiente de este anuncio, el 15 de mayo, Israel declaraba su Independencia...Todo lo demás, es otra Historia.

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