jueves, 11 de septiembre de 2008

DIADA / DÍA NACIONAL DE CATALUNYA


Todos saben que la Diada --el día que, desde mucho tiempo atrás, los catalanes declararon emblemático de su lucha histórica-- conmemora una derrota: el feroz y despiadado asalto a la ciudad de Barcelona por las tropas borbónicas, al mando del mercenario inglés Mariscal-Duque de Berwick, el 11 de septiembre de 1714. Lo que ya no es tan sabido (porque lo ha venido ocultando la historiografía borbónica) es qué guerra era la que así concluía.

El 1 de noviembre de 1700 moría en Madrid el último rey español de la casa de Austria, Carlos II, a quien la historiografía borbónica ha presentado con las tintas más negras, `el Hechizado', un cretino, vástago de una familia degenerada que habría dejado hundirse a España en la postración de la que dizque la habrían sacado luego el esplendor y la ilustración de la Casa de Borbón. Todo eso es un absurdo cuento maniqueo; su parecido con la realidad es escaso o nulo.

La verdad es que (como lo señaló en sus estudios Pierre Vilar) el reinado de Carlos II marca el inicio de una recuperación económica, que hubiera sido sensiblemente mayor y más sólida sin la guerra de sucesión y su desgraciado final. Ese reinado dispensó protección a los intereses económicos españoles, teniendo un efecto de prosperidad principalmente en Cataluña, no por favoritismo alguno, sino por ser ésa la región más industrializada y comerciante de España.

Al carecer de herederos, Carlos II --bajo la presión de las intrigas pontificias y de las maquinaciones de la camarilla palaciega sobornada por Luis XIV-- redactó, estando ya moribundo, un testamento ilícito, inválido y semi-secreto, que legaba el Trono a un nieto de Luis XIV, el duque Felipe de Anjou (al que nos tocará tener que sufrir con el título de `Felipe V'); testamento nulo no sólo porque no se hizo según las formas correctas, sino sobre todo porque esa legación vulneraba lo dispuesto en el Tratado de los Pirineos de 1659 y en todos los demás preceptos vigentes del derecho internacional.

Fueron varias las razones por las que el pueblo catalán vio con enorme recelo y temor la llegada al Trono de la Casa de Borbón. No sólo los catalanes: en general una gran parte del pueblo español, principalmente en los estados de la Corona de Aragón. En otro momento volveremos sobre ello.

En la historia de los pueblos se repite a menudo un factor de derrotas, que es dejar la iniciativa a los usurpadores. Eso sucedió entonces. La Casa de Borbón perpetraba un despojo, un atropello que transgredía las normas jurídicas españolas e internacionales; mas quienes tenían intereses opuestos dejaron hacer.

La Casa de Austria tenía sobradas razones para oponer a la de Borbón su propia candidatura al Trono de España, con mejor derecho. Contaba con las simpatías de buena parte del pueblo español, y desde luego de toda la parte más consciente y menos manipulada por los poderosos (parte que entonces habitaba casi exclusivamente en las regiones orientales del país). Mas el Emperador se quedó paralizado e inactivo; cuando reaccionó, fue tarde y mal. La verdad es que, como sucede a menudo, no hubo confianza en la capacidad de respaldo popular.

A Borbón lo apoyó la mayoría de la nobleza castellana, así como una buena parte de la población de Castilla (bajo la inducción del clero secular y en particular de la Compañía de Jesús). Apoyaron en cambio a la Casa de Austria (representada por el Archiduque Carlos, que entre nosotros reinó con el título de `Carlos III' --aunque naturalmente la historiografía borbónica no le da tal denominación) los sectores lúcidos y reivindicativos del pueblo, principalmente en las regiones mediterráneas,.

El Duque de Anjou hacía su entrada por Irún el 23 de enero de 1701. El 18 de febrero de ese año llegaba a Madrid y el 8 de marzo era entronizado por los cortesanos. Perfectamente consciente de la inclinación de los catalanes a mantener su lealtad a la Casa de Austria, acude a Barcelona y celebra allí Cortes (el 8 de septiembre de 1701), recibiendo el agasajo de la aristocracia.

El Emperador reacciona. Tarde y mal, pero reacciona. El 13 de septiembre de 1703 es proclamado en Viena el Archiduque Carlos de Austria como Rey Carlos III de España.

El 14 de octubre de 1705 el pueblo de Barcelona (impulsado por el estudiantado universitario) se alza a favor de la causa austriacista, adhiriéndose al Archiduque. El 16 de diciembre lo hace Valencia. El 27 de junio de 1706 entra Carlos en Madrid, recibiendo una tardía adhesión de quienes momentáneamente lo creyeron ganador. El 29 de junio es jurado Rey en Aragón.

La contraofensiva borbónica (pese a una segunda y fugaz entrada de Carlos en Madrid en septiembre de 1710) es propiciada por la traición de Inglaterra, que abandona su causa para entenderse con la Casa de Borbón. El 29 de enero de 1712 se inaugura el Congreso de Utrecht. Hasta el 19 de marzo de 1713 mantiene su corte en Barcelona la esposa de Carlos, la Reina Isabel Cristina. Sin embargo, en una asamblea de los «Brazos» el día 9 de julio de 1713 se decide resistir a las tropas borbónicas.

En 1713 Felipe y su esposa, MªLuisa de Saboya, declaran que los catalanes son `forajidos y pillastres'. El 6 de marzo de 1714 se firma el Tratado de Rastadt entre Francia y Austria: el gobierno de París, en nombre del Duque de Anjou, renuncia a los territorios españoles de Bélgica, Luxemburgo e Italia.

Barcelona es sometida a un terrible asedio y bombardeo. Berwick --que manda las tropas borbónicas (a título de `generalísimo de las dos Coronas')--, tras haber lanzado un ataque sin cuartel, da orden de asalto el 11 de septiembre de 1714 (habiendo amenazado con pasar la población a cuchillo si se prolongaba la resistencia antiborbónica). Mallorca resiste a los borbónicos hasta el 2 de junio de 1715 en que es tomada Palma.

Destacáronse en aquella contienda civil muchos patriotas que vieron en la causa de Carlos la de una España más justa y más libre, no sometida al despotismo borbónico, una España en la que se cumplieran las leyes, un estado de derecho en el que el rey no pudiera disponer del reino a su antojo, caprichosamente, nombrando sucesor a quien le diera la gana --sin sujeción a la normativa vigente.

Entre esos patriotas mencionaremos aquí: Rafael Casanova y Coma (1660-1743), consejero jefe de la Generalidad, Doctor en Derecho, un hombre dedicado al bien común y auténtico líder de la resistencia antiborbónica; Salvador Feliú de la Penya; los guerrilleros Antonio Desvalls, Pere Barceló (Carrasclet), Bach de Roda; el general Josep Moragues (decapitado luego por los borbónicos, que hicieron que su cabeza pendiera 14 días, expuesta a la intemperie, junto a una puerta de la muralla de Barcelona); Antonio de Villarroel, general jefe de Cataluña y comandante de la plaza de Barcelona. Éste último proclamó: `Combatimos por toda la nación española'. Como lo dice Pierre Vilar, el patriotismo desesperado de 1714 no es únicamente catalán, sino español.

Frente a ellos militaron, en las filas borbónicas, algunos hombres honestos --que querían ver a España, imitando a Francia, seguir su destino-- pero también los obsequiosos aduladores de siempre, los «botiflers», así como el mandarinato --para el que el principio de la «obediencia debida» al mandato regio (el testamento de Carlos II) pasaba por encima de cualquier consideración jurídica sobre su validez o invalidez; militaron también en su mayoría las clases altas atemorizadas por el «cariz populista» que desde el comienzo se señaló en el partido austriacista.

La mitología borbónica suele presentarnos el contraste entre la España anquilosada del setecientos y la dizque boyante del ochocientos. Lo que no dice es que el siglo XVIII fue en España un siglo de apenas titubeantes pasitos (acompañados de tremendos retrocesos del respeto a los derechos humanos --p.ej. las célebres pragmáticas sanciones de Felipe V condenando a los gitanos a la pena de muerte por ser gitanos y castigando el delito de hurto con la horca), al paso que era un siglo de enormes avances en otros países; p.ej. en los estados de la Casa de Austria, donde se abolió la tortura y se impuso un principio de humanización del derecho penal, mientras que aquí la supuestamente ilustrada casa de Borbón mantuvo la tortura, la Inquisición y el sistema penal más inicuo, draconiano y arbitrario hasta que Napoleón la arrojó del poder en 1808.

1 comentario:

Mary Flower dijo...

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Gracias desde Brasil

Maria do Rosário

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