he aprendido a no pegar
los muebles a los muros,
a no clavar muy hondo,
a atornillar sólo lo justo.
He aprendido a respetar las huellas
de los viejos inquilinos:
un clavo, una moldura,
una pequeña ménsula,
que dejó en su lugar
aunque me estorben.
Algunas manchas las heredo
sin limpiarlas,
entro en la nueva casa
tratando de entender,
es más,
viendo por dónde habré de irme.
Dejo que la mudanza
se disuelva
como una costra que se cae,
no quiero hacer ruido.
Porque los viejos inquilinos
nunca mueren.
Cuando nos vamos,
cuando dejamos otra vez
los muros como los tuvimos,
siempre queda algún clavo de ellos
en un rincón
o un estropicio
que no supimos resolver.
3 comentarios:
Buena imaginería para los cuerpos itinerantes de las mudanzas. Saludos.
Bellísimo poema, María...
Gracias por pasarte, leerme y comentar...
Nos seguimos leyendo.
Recibe un abrazo,
L.
Hermoso poema, Mharía... nunca dejas de sorprenderme ni de establecer las felices coincidencias de las almas... Un abrazo. M.M.
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