lunes, 3 de septiembre de 2007

ANA NUÑO / POEMAS


Lesbos

I

No veo nada en Lesbos, dice, sólo
un sendero de chivos que conduce
entre espinos al aljibe,
un pozo seco.

Los prospectos hablan de llanuras fértiles,
trigo, uvas, unas famosas olivas
y algún que otro terremoto,
de vez en cuando.

Pero no hay agua en Lesbos, ríos, fuentes,
lagos como ojos cegados de niño
muerto, piensa el poeta,
decepcionado.

El amor es una elemental flor
de secano, o un olivo y su sombra,
y en ese charco el cadáver
de algún recuerdo.

Bajo la costra reseca del sol,
sin los visos del aguaje romántico,
las rocas hierven de gusto,
cruje el sudor.

Sube de la noche y sus piedras frías
el chirrido de una lluvia de flechas:
tu sangre olvidadiza
batiendo sueños.

II

En mi casa no hay balanzas ni platillos
nada para pesar los suspiros las lágrimas
los sueños que despiertan olvidados

Mi cuerpo acariciado por el tuyo Atis
el viento en la montaña cuando azota los robles
más verde que la hierba
Deja el oficio de tasador de sombras
que los impares busquen igualar en otro cuerpo
la ilusión del otro lado
Apaga mi corazón Atis te quise hace tiempo
pero morirás algún día no miento
quisiera estar muerta

En mi alcoba no hay baúles arcones
no escondo juramentos contratos tinta invisible
para redactar mis prisiones

Cuando me hayas olvidado Eros
de nuevo Eros el sinuoso
te romperá los huesos

III

No hay que dejar que hable el poeta en Lesbos,
donde todo, el pozo sin agua, las olivas
amargas y dulces como la sangre,
el trigo olvidado, reseco en las lomas,
las piedras abrazadas por el polvo,
ha adquirido el no despreciable hábito
del silencio.

[De "Lugares Comunes" (Barcelona, 1994-1996)]

Consejos a un joven poeta

Habla como piensas y escribe poco.
Nunca digas lo que vas a hacer: hazlo.
Escucha a todo el mundo y luego calla.
No te quedes donde naciste: viaja,
viaja y viaja, y descubrirás tu rostro,
el verdadero, que es tuyo y de todos.

Convierte en ajeno lo que es de todos.
Huye de lo pomposo y de lo poco.
No sientas asco, no vuelvas el rostro.
Cuando te llegue la hora de amar, hazlo
como si hoy fuera ayer: el amor viaja
a la velocidad de la luz. Calla

tus deseos y sobre todo calla
si te aplauden o dan la razón todos.
Si es necesario, finge: sólo viaja
quien se acerca al canto aunque sea un poco,
como Ulises. Y si te toca odiar, hazlo
frente al espejo y el familiar rostro.

Estudia celosamente tu rostro,
tus sueños y tus miedos: lo que calla
en ti, eso mismo debe hablar; pero hazlo
de modo que te hable también de todos
los que no tuviste o tendrás, y poco
te importe ese vértigo en el que viajas.

No seas nunca el taimado que viaja
por encargo y regresa sin su rostro.
Domestica el hambre y verás qué poco
importuna, como el perro que acalla
un gesto de su amo. Deja que todos
hagan por hacer; tú, todo deshazlo.

Si te toca tomar partido, hazlo
sin vanidad o afán, como quien viaja
por un país conocido por todos;
pero borra una a una de tu rostro
las arrugas de lo superfluo. Calla,
y en silencio ve haciendo, poco a poco.

No te quejes del poco oficio y hazlo
tú mismo: observa, lee, calla, viaja,
búscate y piérdete en el rostro de todos.

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