viernes, 28 de septiembre de 2007

FERREIRA GULLAR / POEMA



Poema sucio

No tiene la misma velocidad el domingo
que el viernes con sus compras
ajetreadas
aumentando el tráfico y el consumo
de jugo de caña helado,
ni tiene
la misma velocidad
la azucena y la marea
con su ejército de burbujas y ardientes carabelas
penetrando sombrías en el río
en otra lentitud que la del crepúsculo
que, en lo alto,
con su gran engranaje averiado
molía la luz.
Otra velocidad
tiene Bizuza sentada en el piso del cuarto
doblando las sábanas lavadas y
planchadas,
arreglándolas en el cajón de la
cómoda, como
si la vida fuese eterna.
Y era
en ese su universo de almuerzo y
condimentos
de hojas de laurel y de pimienta
negra
mastuerzo para la tos rebelde,
universo
de ollas y cansancios entre las paredes de la cocina
dentro de un gastado vestido de
percal,
en fin,
donde latía su pequeñito corazón.
Y si no era
eterna la vida, dentro y fuera del armario,
lo cierto es que
teniendo cada cosa su velocidad
(la de la chancaca
oscura, clara
la del agua
que se derrama)
cada cosa se alejaba
desigualmente
de su posible eternidad.
O
si se quiere
desigualmente
la tejía
en su propia carne oscura o clara
en su transcurrir más profundo que el de la semana.
Por eso no es cierto decir
que es en domingo cuando mejor se ve
la ciudad
-las fachadas de azulejos, la Calle del Sol vacía
las ventanas trancadas en el silencio
cuando ella
parada
parece fluctuar.

Y que mejor se ve una ciudad
cuando -como Alcántara-
todos los habitantes se fueron
y nada resta de ellos (ni siquiera
un espejo del aparador en uno de aquellos
aposentos sin techo) -sino
entre las ruinas
la persistente certeza de que
en ese suelo
donde ahora crecen cardos
ellos efectivamente danzaron
(y casi se escuchan voces
y carcajadas
que se encienden y se apagan en los pliegues de la brisa)
Pero
si es espantoso pensar
como tanta cosa desapareció, tantos
guardarropas y camas y mucamas
tantas y tantas faldas, enaguas,
zapatos de los más variados modelos
arrastrados por el aire junto con las nubes,
a eso
responde la mañana
que
con sus muchas y azules velocidades
sigue adelante
alegre y sin memoria.
Lo que hablan en la cocina
o en el balcón de la casona
(en la Calle del Sol)
salía por las ventanas
se escuchaba en los bajos
en la casa vecina, en los fondos de la Mueblería
(y vaya uno a saber
qué de cosas se hablan en una ciudad
cuantas voces
resbalan por ese intrincado laberinto
las paredes y cuartos y zaguanes,
de baños, de patios, de huertas,
voces
entre muros y plantas, risas
que duran un segundo y se apagan)

Y son cosas vivas las palabras
y vibran con la alegría del cuerpo que las gritó
tienen incluso su perfume, el gusto
de carne
que nunca se entrega realmente
ni siquiera en la cama
sino a sí misma
a su propio vértigo
o así
hablando
o riendo
en el ambiente familiar
tu puedes oir y ver
desde tu hueco
cómo esas voces golpean en las paredes del patio vacío
en la armazón del hierro donde se seca una parra
entre alambres
de tarde
en la pequeña ciudad latinoamericana.
Y hay en ellas
una iluminación mortal
que es de la boca
en cualquier tiempo
pero que allí
en nuestra casa entre muebles baratos
y ninguna dignidad especial
minaba la propia existencia.

Reíamos, es cierto,
en torno a la mesa de cumpleaños cubierta de pastillas
de menta envueltas en papeles de seda coloridos reíamos, sí,
pero
era como si ningún afecto valiera
como si no tuviese sentido reír
en una ciudad tan pequeña

El hombre está en la ciudad
como una cosa está en otra
y la ciudad está en el hombre
que está en otra ciudad

más variados son los modos
como una cosa
está en otra cosa:
el hombre, por ejemplo, no está en la ciudad
como un árbol está
en cualquier otra
ni como un árbol
está en cualquiera de sus hojas
(incluso rodando lejos de él)
El hombre no está en la ciudad
como un árbol está en un libro
cuando un viento allí lo hojea

la ciudad está en el hombre
no de la misma manera
que un pájaro está en un árbol
no de la misma manera que un pájaro
(la imagen de él)
esta/ba en el agua
y ni de la misma manera
que el susto del pájaro
está en el pájaro que yo escribo

la ciudad está en el hombre
casi como el árbol vuela
en el pájaro que lo deja

cada cosa está en otra
de su propia manera
y de manera distinta
de como está en sí misma

la ciudad no está en el hombre
del mismo modo que en sus
bodegas plazas y calles

Buenos Aires, 1975, fragmento.

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