Siri Hustvedt: «Goya es como Shakespeare: inagotable»
Hace tiempo que dejó de ser «la mujer de» para cotizar por lo que vale: una escritora concienzuda y transparente, con voz propia, capaz de deslumbrar con sus ensayos sobre la memoria, la literatura y los misterios del deseo, recogidos en «Una súplica para Eros» (Circe, 2006), y con sus novelas: el año pasado apareció «Todo cuanto amé» (Anagrama), quizá su obra más lograda y donde despliega su particular mirada sobre la pintura. Fascinada por «Los caprichos» desde que los descubrió de niña, en que empezaron a ejercer una mezcla de «miedo, atracción y repulsión» que nunca se ha extinguido, esta tarde habla para los Amigos del Museo del Prado sobre «la potencia emocional de Goya y su influencia en el arte contemporáneo», de cómo algunas de las más turbadoras imágenes de «Los desastres de la guerra» y «Los caprichos» han dejado una huella profunda en muchos artistas contemporáneos.
Con el azul escandinavo de sus ojos -su familia, de origen noruego se instaló en Minesota-, Hustvedt (la palabra significa «claro» o «calvero») puntúa el análisis de bisturí con carcajadas de cristal, un helado ardor que incrementa una aureola de misterio que multiplica su encanto. Nunca ha dejado de dibujar, y su interés por el arte no ha cesado nunca. Sobre Goya ha hablado en la Studio School de Nueva York. Así regresó a su temprano temblor ante «Los caprichos». A Goya ha dedicado lo que ella define como la «segunda gran expedición cultural de su vida», después de la que dedicó a Charles Dickens. Para ella, «Goya es como Shakespeare: inagotable».
«Escribir de arte no consiste en contenerlo, encerrarlo en una suerte de frío análisis, sino introducirse lo más profundamente en la obra, sabiendo que siempre hay algo que se te escapa», dice. «Creo que de esa manera, de ese acercamiento humilde, siempre surge algo interesante. La experiencia del arte es siempre entre un ojo vivo y los rastros de un tú viviente: es un diálogo entre el espectador y lo visto. Y, aunque trato de no incluirme yo en esos escritos, acabo apareciendo siempre de alguna manera».
Acerca de las interpretaciones suscitadas por obras como «El sueño de la razón produce monstruos», Hustvedt destaca la «ambigüedad fundamental de «Los caprichos», que muchos estudiosos han querido eliminar». Para ella, «su riqueza radica precisamente en su ambigüedad». Aunque admite que ésa podría ser una « aproximación posmoderna», no olvida la «presencia de lo demoníaco en la imaginación goyesca».
Tras una infancia en la pradera, en la que siempre se sintió como «una chica seria y vieja», se hizo una empedernida vecina de la «ciudad de cristal». Vive en Brooklyn con el misterioso P. A. En no acabar nunca de conocer al otro fija uno de los fundamentos del deseo. A la última pregunta, «¿quién es S. H.?», que subraya con otra carcajada, responde: «No tengo la menor idea».
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