Nació en Nueva York (1933) bajo el nombre de Susan Rosenblatt. Hija de Jack Rosenblatt y Mildred Jacobsen, una pareja judeo-americana.
Su padre murió de tuberculosis en China cuando ella contaba con cinco años de edad; años más tarde su madre se casó en segundas nupcias con Nathan Sontag y tanto Susan como su hermana Judith adoptaron el apellido de su padrastro.
Creció en Tucson, Estado de Arizona y sus estudios de secundaria los realizó en Los Angeles, California, graduándose a la edad de 15 años.
A los 17 años se casó con Phillip Rieff con quien tuvo un hijo David, quien posteriormente llegó a ser su editor en la casa editorial "Farrah, Straus and Giroux", donde publicó toda su obra. en 1958, se divorció de Phillip Rieff. Estudió en las universidades de California, Chicago, Paris y Harvard. Se dio a conocer con una recopilación de ensayos y artículos, Contra la interpretación (1964), a la que siguieron los ensayos Estilos de la voluntad radical (1969), Sobre la fotografía (1975), La enfermedad y sus metáforas (1978), Bajo el signo de Saturno (1980), El sida y sus metáforas (1989) y The way we live now (1991).
Es autora también de obras narrativas (El benefactor, 1963; Yo, etcétera, 1978; El amante del volcán, 1995) y dirigió las películas Dueto para caníbales, 1969; Tierra prometida, 1974 y Giro turístico sin guía, 1984. Fue directora de las obras teatrales Jacques y su señor, (Milan Kundera), 1985) y Esperando a Godot.
Falleció el 28 de diciembre de 2004, a los 71 años en el hospital Memorial Sloan Kettering de Nueva York, centro médico especializado en la lucha contra el cáncer. Sontag había padecido cáncer de pecho cuando tenía 43 años, y en marzo del 2003 se le diagnosticó leucemia y recibió un transplante de médula espinal.Su compañera sentimental de los últimos 15 años fue la famosa fotógrafo Anne Leibowitz, autora de la foto que precede a la entrevista que reproduzco aquí.
Fue una disidente de su gobierno, una dura crítica de la invasión a Irak y de los proyectos imperiales de posguerra, que le parecen francamente idiotas.
En esta larga entrevista, se toca el íntimo tema de Israel, los porqués de su oposición al gobierno de Cuba y su teoría de que Estados Unidos es en realidad un país de partido único.
A Susan Sontag no le entusiasma el término intelectual, el que mejor la define. En cualquier caso, es autora de cuatro novelas, de decenas de ensayos y de miles de artículos, y de varias películas. Ha abordado todos los problemas contemporáneos y forma parte de la Academia de Estados Unidos. Ha recibido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras por su “profundidad de pensamiento y calidad estética”.
Sontag ingresó en la Universidad de California a los 15 años, se licenció en la de Chicago a los 18, se casó con un profesor de sociología, tuvo un hijo y se divorció antes de los 30, ha vencido dos veces al cáncer, y ha vivido de cerca guerras como la de Vietnam, la del Yom Kipur y la de Bosnia. Su vitalidad está fuera de toda duda. Esa vitalidad irrumpe en la entrevista y la convierte en un torrente de opiniones. Sontag fue de los pocos estadounidenses que, inmediatamente después del 11 de septiembre de 2001, se atrevieron a criticar a George W. Bush. Sigue estando contra él, contra Fidel Castro, contra el Gobierno de Israel y contra todo lo que le parece tiránico, falso o injusto.
El encuentro se desarrolla en su apartamento de Manhattan, un hermoso ático lleno de libros, piezas de arte, recuerdos de viajes, cajas y objetos embalados.
–¿Está de mudanza?
–No, no. Parece, pero todo esto es de mi hijo. Acaba de irse a Bagdad. Es escritor. No sé si sabe usted de mi hijo... Dejó un apartamento y se instalará en otro en cuanto vuelva, y me ha dejado aquí todo esto durante meses. Desde enero. Tendría que volver en julio.
–¿Ha estado en Irak durante la guerra?
–No, en Berlín. Me dice que en Bagdad la violencia y el desorden son increíbles, y que los americanos no se enteran. En realidad creen que están imponiendo el orden, pero no tienen ni idea. Se encierran en sus palacios, descubren que en un barrio determinado hay electricidad de nuevo y se sienten muy orgullosos. No tienen ni idea de lo que ocurre en las calles, de que reina el caos y de que la situación no mejora. Según mi hijo, las fuerzas de ocupación tienen buenas intenciones y creen estar haciendo algo, aunque en realidad no consiguen nada. Será interesante ver lo que ocurre en el futuro.
–La situación en Afganistán sigue siendo caótica, y esa guerra terminó mucho antes que la de Irak.
–Es que en Afganistán ni siquiera han intentado poner orden. El presidente que colocaron, Hamid Karzai, es, como mucho, el alcalde de Kabul, y quizá ni eso. Aquello, en realidad, fue sólo una expedición punitiva, un castigo por el 11-S. Cuando invadieron Irak, en cambio, esperaban ser recibidos como libertadores y no habían calculado el riesgo de desintegración social. Todo esto es increíble. La actual administración de Estados Unidos me parece increíble. Su visión del mundo es ridícula, y resulta evidente que no funcionará. No creo que estén trabajando por el bien de nuestro país. Su política no es ni económicamente viable. Un imperio es muy caro, a menos que se le extraiga un beneficio. El Imperio Británico era una operación económica eficiente. No está nada claro, por el contrario, que Estados Unidos obtenga rendimientos del imperio que proyecta.
–Pero el Gobierno de George W. Bush niega tener deseos imperiales. Bush y los suyos dicen que en el fundamento de su política está el idealismo.
–Oh, ya. Usted habrá hablado con Paul Wolfovitz (el subsecretario de Defensa), ¿no? Un amigo mío, que es funcionario gubernamental y tiene las mismas opiniones que yo, y obviamente que usted, me contó que había hablado con un alto cargo del Departamento de Defensa y que éste le habíadicho: no lo entiendes, George W. Bush es como Martin Luther King, él también tiene un sueño...
–Pese a todo, es un Gobierno popular entre los estadounidenses.
–Su fórmula consiste en afirmar que tenemos enemigos en todas partes, que tenemos que embarcarnos en una guerra interminable y que cualquiera que se oponga al Gobierno es antipatriótico. Esa es una fórmula efectiva, capaz de persuadir a mucha gente. La paranoia es persuasiva. Es difícil refutar a este Gobierno, incluso imaginar cómo llegará al descrédito. Incluso si la situación económica empeora sustancialmente, podrán decir: bueno, estamos haciendo sacrificios para promover nuestros ideales, ¿quién no está dispuesto a sacrificarse por los ideales americanos? No sé cómo se puede frenar toda esta proyección de poder. Resulta especialmente difícil porque no hay oposición. Estados Unidos tiene un sistema unipartidista. Sólo existe el Partido Republicano, con una filial denominada Partido Demócrata.–Pero en poco más de un año habrá elecciones presidenciales.
–¿Quién fue el único demócrata que se opuso frontalmente y con elocuencia a la invasión de Irak?
-Robert Byrd, un senador de 86 años, sin ningún futuro y no exactamente un progre. (En su juventud, Byrd perteneció al Ku Klux Klan). Hillary Clinton y Robert Schumer, los dos senadores por Nueva York, votaron a favor de la Patriot Act (la ley antiterrorista) y concedieron a Bush plenos poderes para hacer la guerra, pese a que el 80 por ciento de sus electores es contrario a ambas cosas.
-¿Por qué?-
-Porque cuentan con que ese 80 por ciento, por furioso que esté con sus representantes demócratas, no votará a los republicanos, y en cambio, Clinton y Schumer esperan rebañar algunos votos a la derecha. El resultado es que los demócratas sólo actúan pensando en una pequeña minoría de sus potenciales votantes, los más conservadores. Y que el equilibrio político se desplaza cada vez más hacia la derecha. Es increíble que senadores como Clinton y Schumer no se den cuenta de que su obligación es representar a la mayoría de quienes los votan. Y luego tenemos a Al Gore, alguien cuya carrera política se ha terminado y que podría convertirse en un nuevo Daniel Webster (un influyente senador del siglo XIX). No le costaría nada asumir el papel de perdedor que dice lo que piensa y pasa a la historia como alguien con principios. Pero Gore también ha desaparecido.
–La impresión desde el exterior es que todo Estados Unidos está con Bush.–
Y la impopularidad de Estados Unidos no deja de crecer. Tengo una amiga que viaja continuamente por Asia y me dice que allá donde va encuentra un sentimiento antiamericano fortísimo. Y ésa es la realidad, digan lo que digan el presidente Bush, José María Aznar, Silvio Berlusconi o Tony Blair: la mayoría de la población mundial es crítica con respecto a Estados Unidos. El error, en algunos casos, es pensar que la Casa Blanca ignora esos sentimientos de la gente. No sólo los conocen, sino que además les parece perfecto. Dan por supuesto que eso es lo que ocurre cuando se es el número uno. Dan por supuesto que la fortaleza de Estados Unidos ha de generar miedo y resentimiento. O sea, que no existe ninguna posibilidad de que un día digan: ¡oh! es terrible, hemos descubierto que el mundo nos odia, hemos hecho las cosas mal. Qué va. Consideran que el presidente de Estados Unidos es presidente de todo el planeta, y se pasan el día diciendo que somos los mejores, los más excepcionales; que somos buenos incluso si ocasionalmente nos equivocamos, porque nuestras intenciones son buenas...
–Pero...
–Los republicanos se sienten tan fuertes que no temen a nada. Algunos pueden pensar que, por el hecho de ser tan bárbaros como son, deben ser también estúpidos. No lo son en absoluto. Son competentes, inteligentes y tienen valentía para defender sus perversas convicciones. Desde Albert Speer, Leni Riefensthal y Adolf Hitler se sabe perfectamente la importancia del espectáculo para que un líder proyecte una imagen defuerza. Pero, en ese sentido, nunca nadie se había atrevido a tanto como Bush. Me refiero a su aterrizaje sobre la cubierta del portaaviones Abraham Lincoln a bordo de un avión de combate. ¡Qué espectáculo! ¡Qué montaje! Dijeron que el buque estaba demasiado lejos de la costa y no se podía llegar a él en helicóptero. Luego admitieron que un helicóptero habría bastado, pero que al presidente le hacía ilusión llegar de esa forma. ¡Y no pasó nada!
–Si hubiera viajado en helicóptero, Bush no habría podido fotografiarse con uniforme de piloto de combate.
-Sí, el uniforme que nunca tuvo que vestir durante la guerra de Vietnam... Esa gente no tiene ningún escrúpulo. Otro ejemplo es la convención. Como usted sabe, los partidos siempre celebran en verano la convención en que eligen a su candidato presidencial. Pero esta vez los republicanos han decidido cambiar un poco las cosas y se reunirán en Nueva York, en septiembre. De esta forma, Bush iniciará oficialmente su campaña en el aniversario del 11-S, fotografiándose en la zona cero. Es pura desvergüenza, puro Hollywood. Esa gente está dispuesta a ganar a cualquier precio. Estoy segura de que estarían dispuestos a cancelar las elecciones si corrieran el riesgo de perderlas, cosa que ahora mismo es muy improbable. Alegarían una emergencia nacional o una nueva guerra, cualquier excusa. Porque ellos siempre tienen razón. Para ellos, demostrar el poderío americano es bueno en sí mismo. Daría igual si no capturaran a Saddam Hussein, daría igual si no apareciera nunca ninguna de las armas que atribuían al anterior régimen iraquí: la guerra estaba justificada porque sí, y punto. En vísperas de la invasión estuvieron jugando con cuatro o cinco excusas y al final optaron por lo de las armas de destrucción masiva. Si el presidente no acababa con Saddam Hussein incumplía su mandato constitucional de proteger al pueblo de Estados Unidos. No se podía dar un día más a los inspectores de Hans Blix, la situación requería una intervención de urgencia porque los misiles nucleares iraquíes apuntaban ya a nuestras ciudades... ¡Ja, ja!
–En su opinión, ¿por qué se hizo la guerra?-
-Irak fue atacado porque era el país más débil de la región y el que padecía al dictador más despreciable. Y ahora somos propietarios de Irak. La idea consistía en instalar grandes bases militares en territorio iraquí, para siempre, con el fin de aligerar la presencia de tropas en Turquía, Arabia Saudí y otros lugares que, desde el punto de vista de la Administración, eran de fiabilidad dudosa. Querían un Gobierno iraquí fiel a Washington, cuatro bases en el país y el petróleo. Lo que ocurre es que las cosas no marchan según los planes.
–En cuanto concluyó la invasión a Irak, Bush y su Gobierno empezaron a hablar de Siria y de Irán. ¿Tenemos por delante un futuro de guerras?-
-El gran problema es la inexistencia de oposición política en Estados Unidos, que no se compensa por el hecho de que haya muchos descontentos que, como yo, hablen en público en contra de lo que está ocurriendo. El actual consenso político favorece a un Gobierno todopoderoso, que desea seguir contando con los recursos que proporciona una situación de guerra. Una guerra que, por lo que dicen, se libra contra un enemigo que no se identifica con ningún Estado en concreto y que está en todas partes. Esta mañana leía en el periódico que ahora queremos enviar más tropas a Filipinas para combatir la insurrección. Todo este despliegue militar, sin embargo, provoca rechazo en una amplia franja del ejército, la de los coroneles, capitanes... Conozco oficiales que dan clase en las academias de West Point y de Anápolis y que están absolutamente en contra de la política de Bush. Son gente que se sentía representada por Colin Powell, hasta que éste los decepcionó.
–Los altos oficiales del ejército de Estados Unidos suelen tener muy buena formación intelectual.-
–Una de las cosas que aprendí en Bosnia (Susan Sontag vivió en Sarajevo buena parte del asedio serbio a la ciudad) fue que los militares merecenrespeto. Y es verdad que los oficiales estadounidenses tienen carreras universitarias y saben lo terrible que es la guerra. Son gente valiosa, al menos hasta que se convierten en burócratas del Pentágono y pierden contacto con la realidad. Saben mucho más que los civiles que los mandan, no son estúpidos ni sanguinarios, suelen ser personas responsables, y en muchos casos se sienten perplejos ante la situación.
Enric González /El País, de Madrid.
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